lunes, 12 de octubre de 2015

Frías esperanzas

La tempestad había amainado y su silueta se recortaba contra el sol de la mañana. La nieve crujía bajo sus pies mientras retornaba a duras penas al refugio. La altitud y la falta de oxígeno hacían parecer eterno el camino.

Miguel, que así se llamaba el montañero, había perdido toda esperanza de alcanzar la cumbre. A su alrededor todo se repetía en sucesión infinita, las peligrosas simas, la roca desnuda en la cara sur y los restos de la avalancha en la norte. Aquella misma avalancha que ahora le había dejado solo, separado de su mujer y de los guías.

Pensar en su mujer fue el único motivo que llevó a Miguel a seguir adelante. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas y se congelaban en su barba encanecida por la nieve.

Conoció a Elena años atrás. Miguel aún recordaba la fonda del Himalaya donde se vieron por primera vez. El fuego, las risas y voces, las apuestas de los montañeros le causaron aún más nostalgia. Habían pasado años ya, pero ella no había cambiado. Probablemente ya no la volvería a ver. Sus ojos castaños y su pelo negro estaban grabados en su retina de forma indeleble.

Miguel cayó al suelo. El dedo congelado le hacía tropezar continuamente. Ya no podía levantarse. Entonces, oyó su voz, alzó la mirada, se puso en pie y continuó.

Marcos Rouces
1º Bachillerato




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