miércoles, 22 de noviembre de 2017

Vis honorque

Primera línea de combate. Polvo, calor, sudor… Miles de hombres, todos iguales a ti, legionarios por todas partes. Avanzas. Aceleras el paso. El centurión os ordena que os detengáis. Esperas una orden. Ante la orden avanzáis, todos a una.

De repente miles de enemigos en frente: hoplitas cartagineses. Sus cascos relucen ante la luz que se filtra entre la polvareda. Cincuenta metros. Entre el sonido de las pisadas y el duro acero de espadas y escudos, se escucha un sonido mortal y familiar. Instintivamente levantas el escudo e inmediatamente varios dardos se clavan en él. Arrojas tu pilum y a la par los demás legionarios. Miles de silbidos se filtran en el aire con el sonido de miles de lanzas clavándose en escudos y del crujir de los huesos al contacto con el metal.

Sigues avanzando. Cinco metros. Te enzarzas en un combate a muerte con tu enemigo. Tiene rasgos iberos. Te ataca, levantas tu escudo e inmediatamente lanzas una estocada y el gladio se clava en la carne. Un soplo de aire fresco te recorre todo el cuerpo y continúas dando mandobles. Ahora un soldado de armadura romana se encuentra frente a ti pero sabes que no es un legionario. Te lanzas contra él, te esquiva y te hiere el brazo del escudo. Con un movimiento rápido logras alcanzar su yugular y, cuando éste se lleva las manos al cuello, aprovechas y le clavas la espada en su estómago, matándolo.

La adrenalina recorre tu cuerpo, pero miras tu herida. Sangre. Mucha sangre. Tu ímpetu te abandona por completo y ya tienes a otro enemigo en frente. Con las últimas fuerzas que te quedan levantas el escudo. El golpe es demasiado rotundo para tu herido brazo y lo sueltas. Las últimas energías que te quedan las utilizas para rematarlo.

Ya no puedes más, tu armadura está llena de sangre ibera, cartaginesa y la tuya propia. Te derrumbas. Tienes el sabor amargo de la sangre y el sudor en tu paladar, nublándote la mente. Te concentras y un recuerdo llega a tu memoria, tu dura niñez en las calles de Velatri, tu entrenamiento militar desde los dieciséis. Todo te sobreviene de golpe justo cuando un cartaginés se aproxima para rebanarte el cuello. Te revuelves rápido pero no lo suficiente y mueres como querías: de pie, ante tu enemigo mortal. Al menos tu sacrificio serviría de lección para tus enemigos y de ejemplo para tus aliados. Un soldado de Roma jamás muere de rodillas. Vis honorque. Fuerza y honor.

Diego Morín
Bachillerato




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