sábado, 21 de julio de 2018

Fiel hasta la muerte


Levanto la mirada y noto cómo el agotamiento va provocando temblor en mis piernas. Veo cómo a mí alrededor se reparten por el suelo los cadáveres de entre diez y veinte enemigos. La sangre sobre mi espada gotea y me mancha las manos dejándolas pegajosas. Restos de sangre y vísceras chapotean bajo mis pies. Dirijo la mirada al este y observo la salida del sol de madrugada. Miro entonces al oeste y veo a mi compañero con una rodilla en tierra, jadeante, agotado pero ileso. Otros tantos cuerpos inertes de enemigos se reparten a su alrededor.

Un cuerno suena a lo lejos, hacia el norte… es un cuerno enemigo. Se aproxima otra oleada de feroces y frescos guerreros a los que derrotar. Miro al cielo e imploro a cualquier dios que me quiera escuchar por un suspiro de fuerza. Necesito una gota de aliento para afrontar esa nueva oleada.

En ese momento, una voz ronca me devuelve a la consciencia:

-¡Eh, vienen más! Si salimos de esta te invito a lo que quieras en la taberna de la cascada.

Miro a mi compañero, ya en pie y con el rostro serio. Nuestras miradas agotadas chocan, pero no podemos evitar una mueca de complicidad. Tantos años de servicio juntos y tantos años antes de la guerra traen demasiados recuerdos.

-Aún recuerdo cuando me abriste la cabeza practicando con las espadas de madera de mi tío Fausto. Conservo esa cicatriz y tantas otras... -suspiro provocando en él una carcajada.

Se acerca a mí limpiándose la sangre de la cara con el reverso de la mano y tras un amistoso golpe en el hombro empuña su espada.

-¡Vamos a darles duro a esos malnacidos!

Con esas simples palabras me devuelve el valor y la fuerza, porque no hay nada que pueda animar más que saber que alguien en quien confías se entrega al mismo propósito que tú. Y con esto se lanza al combate gritando ferozmente. Detrás de él todo el ejército vuelve a la carga y yo, con los ánimos repuestos, le sigo de cerca para cuidar de él como juré y cumpliré siempre.

Marcos Táuler Ullívarri
Estudiante de Bachillerato



miércoles, 11 de julio de 2018

Sol la si do


Una suave lluvia de acordes. Una leve melodía que navega con delicadeza por la habitación.

Sol la si do, la vieja guitarra sigue pronunciando su fraseo, sigue perpetrando en ti que escuchas atento lo que tiene que decir, lo que tiene que mostrar, lo que tiene que recordarte.

Sol la si do y vuelven imágenes borrosas a tu mente. Una cara inocente, una olvidada sonrisa en el fondo del cajón, una tarde de invierno...

Sol la si do, una lágrima derramada y una carcajada nostálgica. Un apenado rostro, alegrado por un desgastado recuerdo de la infancia, que saca tu sonrisa a bailar como en un lejano juego de niños que apenas recuerdas, lleno de praderas verdes, sonrisas maternas y libres aires.

Sol la si do y un abrazo, un adiós, un largo viaje.

Alberto Díaz-Moreno Sánchez
Estudiante de Bachillerato