miércoles, 25 de septiembre de 2019

El viaje


Seguramente sería la última vez que viese la cara de Roy. Este último año habíamos compartido tanto tiempo juntos, que habría valido como cinco en una vida normal. Éramos más que hermanos.

Dentro de la camioneta reinaba el silencio, solo se escuchaban de fondo los neumáticos arrastrando la tierra y las hojas secas, y de vez en cuando los botes que daba el coche cada vez que había un bache, que hacía vibrar los asientos produciendo así un sonido metálico. Era de noche. Se oían grillos al borde de la carretera y en esos momentos todos envidiábamos la vida simple y feliz de esos inocentes grillos. Yo estaba rodeado de hombres, hombres con la mirada perdida, callados y con la cara sucia y llena de heridas. No olía especialmente mal, pero para nada se asemejaba al olor del hogar. Ahora mismo todos estábamos muy lejos de él.

Todos llevábamos las manos ocupadas, cada uno llevaba su juguete y la mochila estaba a reventar de más. Era ya parte de nosotros, era una extremidad más, y si lo perdías, tu vida se perdía con él.

-Es un infierno -dijo Roy para sí. Estaba tan concentrado en lo que tenía en su cabeza, que ni se había dado cuenta de que lo había dicho en voz alta. Nos habían dado abundantes charlas explicándonos la importancia del valor y de la fuerza, pero por muchos argumentos que nos contaran, nadie nos quitaba la idea de la cabeza, íbamos directos al infierno.

Pablo Táuler Ullívarri
Estudiante de Bachillerato



sábado, 14 de septiembre de 2019

La pasta de café


Un pitido insoportable estalló de repente rompiendo el agradable y pacífico silencio de la mañana. Era el despertador y las siete menos cuarto de un jueves. Javier sabía que tenía que levantarse pero estaba muy cansado. Siempre se acostaba muy tarde y siempre se decía a sí mismo que ese día se iría a dormir más pronto, pero nunca lo hacía. Se levantó perezosamente de la cama y poniéndose sus zapatillas de estar por casa, cogió la ropa y se dirigió a la ducha.

Una vez en ella, la abrió y justo después de que el agua cayera sobre él, dio un salto hacia atrás. El agua estaba congelada. Pasado un tiempo lo volvió a intentar y ya se había calentado el agua. Después de la ducha se vistió, cogió los zapatos y fue al salón. Miró por la ventana y todavía era de noche. Cuando se calzó, entró en la cocina para desayunar. Se hizo un café y se lo tomó acompañado de unas pastas. Al acabar tenía más hambre y no sabía si tomarse otra pasta o no. Finalmente lo hizo. Después cogió su mochila del colegio y salió de su casa. El ascensor tardaba más de lo normal y tuvo que bajar por las escaleras. Ya eran las siete y media pasadas y no sabía si le iba a dar tiempo a coger el autobús. Mientras bajaba vio a su vecina sujetando la puerta del ascensor y peleándose con sus hijos para que entraran. Por eso tardaba tanto, pensó.

Al salir del portal se dirigió a la parada de autobuses. Todavía no había llegado el bus. Mientras estaba andando vio cómo se acercaba y tuvo que salir corriendo. A solo unos metros de la parada, las puertas del autobús se cerraron. Javier pegó unos golpes en la puerta, pero el conductor ni le miró y se fue alejando. Ahora sabía que llegaría tarde, todo por culpa de su hambre y de la pasta de café de más.

Pablo Parreño Parajón
Estudiante de Bachillerato