miércoles, 19 de febrero de 2020

Habitaciones


Caigo en algo blando. Abro los ojos. Miro a mi alrededor. Estoy recostado sobre algo blando: hojas. Muchas hojas secas y partidas en cachos muy pequeños, minúsculos. Respiro y huelo un olor peculiar. Té. Eso son las hojas donde he caído, hojas de té. Me incorporo, haciendo que todas las hojas sobre las que estoy apoyado crujan en conjunto.

Cuando mis ojos se acostumbran a la oscuridad que me rodea, observo que estoy rodeado de cuatro paredes, sin puerta, que parecen infinitas en altura. El montón de té sobre el que he caído estaba en una esquina de la habitación. Delante de este hay varios mapas y una pizarra con una línea temporal de la historia de la humanidad. A parte, en otro rincón, hay un diccionario de latín y otro de griego. En una mesa hay una videoconsola, con muchos juegos. El suelo es duro, parece que está compuesto de baldosas de cuero. ¿Baldosas de cuero? Es la primera vez que las veo y no me son nada conocidas. Me acerco para comprobarlo, y descubro que cada baldosa tiene un título. La Ilíada, El burlador de Sevilla, la Odisea, Romeo y Julieta… En ese momento me doy cuenta de lo que son realmente: libros. Libros clásicos, sobre todo. Me acerco a las paredes y siguen siendo libros. Cada pared tiene una temática: policiacos, fantásticos, románticos e históricos. ¿De qué temática serán los del techo? Al hacerme esta pregunta, toda la habitación empieza a dar vueltas. Me mareo tanto que acabo inconsciente.

Me despierto en un lugar con mucha más luz. Este habitáculo es muy grande comparado con el otro. Hay dos hileras de bancos a mis lados, estoy en medio del pasillo central. El techo es alto pero visible: tiene una cúpula con una paloma pintada en el centro. Me baña un rayo de luz solar, del que me aparto rápidamente porque me molesta en los ojos. Detrás de los bancos hay columnas. Me fijo en las paredes, que, cómo no, tampoco tienen puerta, pero tienen cuadros de la Virgen María y Jesús. También una del Pilar. Huele a incienso. Para comprobar mis sospechas, voy al frente del edificio. En efecto, se trata de una iglesia, porque hay una gran cruz. Se encuentra donde se supone que debe estar el altar. En este momento estoy confuso, pero creo ver una persona colgada de ella. Sacudo un poco la cabeza y dirijo la mirada otra vez hacia la cruz. En efecto, Jesús está clavado en ella. De repente, se deshace del clavo de una mano y me la tiende, para que yo me agarre a ella. Lo hago sin el mínimo titubeo, al instante. Entonces me vuelvo a dormir.

Cuando recobro la conciencia, no me apetece abrir los ojos. Estoy cansado y no quiero ver más habitaciones. Pero el intenso olor a azufre y mi curiosidad me incitan a abrirlos. Mientras lo hago me pongo de pie. Esta ya no es ninguna habitación, es todo un mundo. No hay ni paredes ni techo. Estoy sobre una pequeña isla de piedra, sobre un río de lava. “Me he vuelto loco”, empiezo a decir. Cuando llevo un rato ahí subido, se acercan tres demonios. Cada uno lleva un cartel en el pecho. En uno pone pereza, en el otro impureza y en el último gula. Empiezan a pegarme, a arañarme. Después de un intento de defensa inútil, me tiran al suelo y se ríen de mí. Se alejan en la misma dirección en la que va el cauce de la lava. Poco después, a lo lejos, veo las dos habitaciones en las que he estado. Esos mismos demonios las están derribando y, cuando me ven, me lanzan pedazos de ellas. Me atormentan hasta que caigo por una pequeña catarata, donde me estampo duramente contra el suelo. Ahora entiendo todo. Me pongo a llorar como nunca lo había hecho. En ese momento comprendí el sueño: era yo. Estaba hecho polvo por dentro, no estoy dispuesto a levantarme, me siento demasiado débil y humillado. Vuelve Jesús, que antes me ha dormido. Me mira con cara de simpatía, perdón, y me extiende otra vez la mano para cogérsela. Pero yo soy incapaz de darle la mano. Ahora ya no.

Despierto en mi cama, mi madre me llama para ir a desayunar. Toda la almohada está mojada y noto que he estado llorando. No ha sido un sueño. Tengo que cambiar.

Alberto Nieto Zuya
Estudiante de Bachillerato