domingo, 29 de marzo de 2020

Entrevista a José Jiménez Lozano


Hace unas semanas falleció el escritor José Jiménez Lozano. Por su interés y como homenaje reproducimos aquí una entrevista que le hicimos en Perkeo en el año 2007.


Alcazarén (Valladolid), sábado 19 de mayo de 2007. El sol se pelea con las nubes. Don José nos recibe con su chaqueta marrón, camisa azul, mirada astuta y sonrisa sincera. Los libros se desbordan por el despacho y la luz se filtra entre las blancas cortinas. José Jiménez Lozano es Premio Cervantes de las Letras 2002. Su vida ha transcurrido entre el periodismo y la literatura. Brillante y profundo, es autor de más de cuarenta títulos entre novelas, diarios, poesías, cuentos…

Perkeo- Ante el panorama actual, cabe la tentación de apartarse de la vida activa, quizá movidos por el desánimo. ¿Es posible conjugar una vida contemplativa e intelectual con una vida hacia fuera? ¿Se debe?

José Jiménez Lozano- Pienso que no se puede dar una contestación con validez general. Cada quien es cada quien, comenzando por las aptitudes que se tienen y luego por su visión personal de las cosas. Y ciertamente será posible para algunos tener una dedicación intelectual o incluso contemplativa en el sentido más fuerte de la palabra y una vida activa. Y sobran ejemplos en el pasado, tanto lejano como inmediato. Otros no podrán. Pero, en todo caso, no veo que en este plano de cosas exista una obligación en ningún sentido, salvo si nos ponemos a hacer hipótesis y llegamos a un caso singular en unas circunstancias igualmente singulares. Como cuando hasta Spinoza quiso ir a manifestarse públicamente contra la bruticie política, los que él creía ultimi barbarorum. Su patrona se lo impidió, afortunadamente…

P- Hoy en día se corre mucho, especialmente en las grandes ciudades, y se tiende a la superficialidad. ¿Cómo ser capaz de escuchar el hablar de las cosas al que se refería Rilke, el hablar de los árboles, de los pájaros, de la Naturaleza?

J.J.L.- Siempre se ha corrido mucho en las ciudades pasadas, y en los pueblos, y también se sigue corriendo mucho ahora, aunque no se vaya a ningún sitio. Pero, desde luego, siempre se ha tendido, se tiende y se tenderá a la superficialidad. La mayor desgracia del hombre, decía Pascal, es que no se atreve a quedarse a solas en su cámara, lo que quiere es dis-traerse de tener que pensar en la naturaleza trunca de su vida. Todos. Y de los reyes, dice también con igual realismo que serían los seres más miserables de la tierra si no vivieran en medio de dis-tracciones, desde la política a las fiestas.

Otro asunto es ese de sentirse acompañado por la Naturaleza, pero no lo pondría yo en relación con la superficialidad. Un espíritu más profundo ve y entiende todo más profundamente que un espíritu superficial; pero luego están también las circunstancias y los dones personales, y un don es la capacidad de acercarse a la Naturaleza y los seres vivos.  Pero es claro que a un paisaje, a un pájaro, a un árbol, y a las cosas en general les ocurre lo que a las viejas posadas españolas, que disponían de lo que llevara el viajero, y aquéllos nos dirán lo que llevemos dentro. Un cestillo con unos limones a Zurbarán le dijeron muchas cosas y él nos lo dijo en su pintura; y a cada cual dirán lo suyo, o nada. Pero nunca sabremos lo que dicen a gente que ni escribe ni comenta con palabras, pero a veces se queda uno más que sorprendido si se entera. Y claro está que sin duda se trata de un espíritu más profundo.

P.- ¿Cómo conseguir, de acuerdo con la parábola de Kierkegaard, no convertirse en una oca de corral?

J.J.L.- Se refiere usted, sin duda, a la parábola de las ocas salvajes que quisieron enseñar a las ocas domésticas, bajaron para ello al corral donde aquéllas estaban y allí se quedaron, se supone que porque tenían el pienso asegurado y la vida cómoda. La receta es no bajar al corral, sino hacer saber a las ocas domésticas que pueden volar, pero que, si quieren hacerlo, tendrán que salir del corral y aprender, advirtiéndolas, a la vez, que el pienso no es seguro. Lo de bajar al corral está siempre muy expuesto a quedarse en él.

P.- ¿Está Europa en un fin de ciclo? Si es así, ¿cuáles son los síntomas? ¿Se puede reconstruir un futuro a partir de los escombros de la modernidad?

J.J.L.- Podemos decir que es el fin de una cultura por fascinación hacia el suicidio; esto es, por la liquidación a conciencia de la cultura heredada que se reniega, por cansancio y por aquel sentimiento de aventura de quienes, como lo tienen todo, se aburren, que era lo que extrañaba a un rey bárbaro, Teodorico, que decía que los romanos idiotas querían ser bárbaros, pero que los bárbaros listos querían ser romanos.

La última vez que Europa se enfrentó a un desafío y luchó, aunque de mala gana, fue contra Hitler; pero ahí tiene usted instalado a este señor, ya que instaladas están ahora la eugenesia, la eutanasia y otras mil manipulaciones sobre la vida y la muerte que le hubieran encantado. Y hasta con toda honorabilidad intelectual.

Así que lo que pasa es que el fin de la vieja cultura es el fin de la cultura, sencillamente. Al paso que vamos, en una hipotética restauración de la razón y de la sociedad humana, se va a tener que comenzar hasta por la restauración también del tabú del incesto y del asesinato.

La famosa modernidad es pensamiento hasta hace poco débil y creo que ahora dicen líquido, y para construir no es material muy compacto, me parece. En realidad sólo es un disolvente, y en ése es en el que cultura y civilización están liquidándose.

P.- ¿Qué ha pintado España y qué pinta en el panorama del pensamiento universal?

J.J.L.- Entiendo que no habla concretamente de filosofía. La cultura tradicional española fue y es algo muy importante en el mundo entero. Otro asunto es que en el mundo moderno y actual sean muy diferentes las cosas, y todo es como si hubiésemos decidido no sólo que “inventen ellos”, que decía Unamuno, sino incluso en este plano de cosas. Pero también seguimos siendo un poco catetillos, que se quedan con la boca abierta ante un nombre y una obra en lengua ajena, si es que no hemos renunciado incluso a la lengua.

Pero en el mundo de la cultura, incluidos el mundo del pensamiento y de la ciencia, hay gentes españolas que tienen su solidez y cuentan. Otra cosa es que no suenen ni resuenen, o no sean monumentos públicos ni espectáculos que salen en los periódicos y en la televisión. Y otra cosa es también que es una minoría, que, para los españoles, es como si no existiera, y que nuestro nivel cultural general sea tan enteco y triste.

P.- ¿Escribe a pesar de o porque es cristiano, como decía Flannery O'Connor? ¿Existe una literatura cristiana, unos escritores cristianos, una intelectualidad cristiana?

J.J.L.- Vamos por partes. Mis amigos de Port-Royal contestarían que escribir o pintar son cosas de mundo, y que incluso pertenecen al “uso delicioso y criminal del mundo”, e hicieron amargas cuentas con los faiseurs des romans, cuando riñeron con Racine, que era de la Casa. Y hay aquí una verdad esencial: esto de escribir no tiene que ver nada con la fe cristiana, como de la pintura misma dijo el Papa Gregorio I cuando se la quiso hacer religiosa como en Oriente. Y en Occidente no hay pintura religiosa, sino pintura de asunto religioso, que no es lo mismo. Porque pintar, como escribir, es asunto mundano, y no comenzó desde luego con el cristianismo.

En primer lugar, pues, hay literatura de asunto cristiano. En segundo lugar, claro que hay literatura cristiana: hay literatura hecha por cristianos, y hay una temática e incluso planteamientos teológicos cristianos, o una simbología cristiana, en obras literarias hechas por no cristianos; y, en este sentido y sin ir más allá, el pasado año, por ejemplo, se ha traducido entre nosotros Hogueras en la llanura de Shohei Ooka, que, por cierto, prologué yo mismo. En tercer lugar, naturalmente que ser cristiano, como no serlo, implica una mirada distinta sobre el mundo, y que eso se nota. Y así, por ejemplo, no hay que  andar haciendo muchas averiguaciones críticas, o plantearse los gratuitos problemas del señor Harold Bloom acerca de lo que puede significar que en Shakespeare no haya una explicitación de tipo religioso, o andar buscando la denominación religiosa de Shakespeare, que ciertamente nos lleva a la conclusión de que pertenecía a una familia de recusantes de la Reforma en Inglaterra; lo que es claro es que su ojo y su sentir son papistas, con sólo comprobar cuánto ama la belleza del mundo.

Por lo demás, decir que un escritor es católico o cristiano es un equívoco. Mauriac decía divertidamente: “No hay escritores católicos, ¡si lo sabré yo que soy uno de ellos!”, y, aun así, no faltó, en su caso como en el caso de Graham Greene, quien les negase la condición de católicos perfectamente ortodoxos, y no la de escritores, desde luego.

Otro asunto es que para Flannery O´Connor su oficio de escritora resultara ligado a su fe. Es un asunto personal, como Bernanos mismo tenía una cierta conciencia de vocación y misión cristianas.

Por lo demás, en la Europa de entreguerras y de después de la Segunda Guerra Mundial, el catolicismo tuvo una honorabilidad intelectual y cultural muy altas, pero en España nunca se dio esto, y ahora el adjetivo de cristiano o católico es sólo una estrella amarilla. Y en cuanto a lo de intelectual católico le diría que quizás ya hay demasiados de los otros –le Partí Intellectuel que decía Pèguy, como para añadir más.

P.- Ha citado a Du Gard para decir que “andar en literaturas” es “como entrar en religión” y que “lo demás es jugar a las canicas, que, aunque sean de marfil, canicas son”. ¿Cuáles son las exigencias de la vocación de “escribidor”?

J.J.L.- Lo que Martín du Gard decía con ese símil es simplemente que escribir es que el narrador debía desprenderse de su yo, y tener la humildad de quien entra en religión, porque, si no, lo más probable es que haya escritura-olimpismos pero no narración ni escritura literaria.

P.- Aunque suene a entrevista al uso: díganos algunos referentes inexcusables para estos tiempos de mediocridad intelectual y literaria.

J.J.L.- Tenemos unos varios miles de años de escritura detrás de nosotros, y Gadamer decía que bastaba con leer libros de hace dos mil años; aunque, por mi parte, yo rebajaría el plazo e incluiría también los libros de los amigos. Y, desde luego, sean como sean los tiempos, pienso que es bastante voluntarista tanto el pensar que el presente es una decadencia y mediocridad, y la plenitud estuvo en el pasado, como pensar que ésta está en el presente y en el futuro. Lo que ocurre es que en el único lugar en que podemos apoyarnos es el pasado, que nos ofrece los ojos de los muertos para ver mejor, como diría la madre de Pirandello en un maravilloso cuento. Y ahí, una historia bíblica, una lauda romana, un poemilla chino o japonés, un texto de cual otra clase, de hace miles de años, o de anteayer, pueden iluminarnos de por vida. Y hay donde escoger, desde luego. Cada cual se hace su familia espiritual, y por eso hay que conocer gente, y desde luego también fuera del círculo de los que se pregonan.

miércoles, 4 de marzo de 2020

Tuareg


El tuareg estaba gravemente herido y sediento, y sus pies plagados de callos y ampollas le impedían dar un paso más sin aullar de dolor. Su kaftán turquesa característico de su gente ahora estaba tan lleno de polvo y barro como su propia cara tostada por el sol. Se desplomó bajo un árbol de argán y esperó su muerte en aquellas montañas y precipicios áridos propios del Alto Atlas. Pensó en la voluptuosa mujer morena que jamás amaría y en el hijo que ya no tendría nunca. Pensó también en su mísera alma abandonada en la inmensidad vacía del desierto y en cómo el Profeta -que la Paz sea con Él- le maldecía con sorna desde aquel Paraíso que nunca alcanzaría. El nómada, extraño en una tierra extraña, cerró los ojos por última vez y esperó a que la gélida brisa de las noches marroquíes le matase. La cúpula celeste, como dándose cuenta del espectáculo que sucedía bajo ella, se transformó en una bellísima mortaja para el moribundo. Una franja perfectamente roja como el azafrán cubría ahora las cimas de las colinas rocosas del horizonte, seguida por un verde suave coronado por un negro cielo salpicado de estrellas.

Alberto González Jiménez
Estudiante de Bachillerato