miércoles, 17 de noviembre de 2021

¿Por qué leer a Julio Verne en la actualidad?

Es una buena pregunta. Pero antes deberíamos responder a la de quién fue Julio Verne. Jules Gabriel Verne es considerado el padre de la ciencia ficción, junto con H. G. Wells, y uno de los escritores más exitosos de novelas de aventuras. Nació en 1828 en la ciudad francesa de Nantes y murió en Amiens en 1905. Desde pequeño se interesó por escribir y a sus 20 años conoció a un autor muy influyente en su vida, Alejandro Dumas. A los 21 años acaba la carrera de Derecho, pero se decanta por escribir y saber cada vez más. Por esta razón su padre se molesta con él. En 1863 empieza su serie de novelas de viajes extraordinarios con la publicación de Cinco semanas en globo. Aunque ya había escrito antes, esta serie de historias hace que su editor le siga publicando sus libros durante más de cuarenta años y que sea un autor conocido mundialmente.

En sus relatos, Jules describe un viaje (a menudo imposible), que realizan un genio incomprendido por la humanidad (Samuel Fergusson, Phileas Fogg, Otto Lidenbrock), su fiel criado o su sobrino (Joe, Passepartout, Axel) y un personaje secundario (Dick Kennedy, Fix, Hans). A pesar de todos los lugares que visitan sus personajes (África Central, el Polo Norte, la Patagonia Argentina, Japón), Julio Verne no viajó mucho en vida. Pero sus libros inspiraron a las personas que los leyeron. Actualmente algunos de sus libros como Veinte mil leguas de viaje submarino y La vuelta al mundo en 80 días se han convertido en clásicos de aventuras.

Y ahora contestemos a esa primera pregunta:

En primer lugar, los libros de Julio Verne no son aburridos. A pesar de la cantidad de términos científicos que menciona Verne en sus escritos, no son difíciles de leer, es más al contrario, los escritos de Julio Verne te enganchan desde el principio con sus atrevidos personajes y los objetivos “inalcanzables” que persiguen.

La segunda razón es que las novelas de Julio Verne no son largas -con excepción tal vez de Veinte mil leguas de viaje submarino- y no son arduas de leer en comparación con otros clásicos literarios.

También se podría decir que los relatos de Julio Verne predijeron el futuro. Verne anticipó el viaje del hombre a la Luna, los submarinos actuales, la conquista de los Polos…

Los narraciones de Julio Verne reflejan la humanidad. Sus personajes quieren explorar hasta el último rincón de la Tierra, quieren descubrir y conocer todo el Planeta.

Y por último, el lector va a simpatizar con sus personajes. Se siente la melancolía, la soledad y el odio hacia la humanidad que caracteriza al capitán Nemo. También la necesidad de ser libre que expresa Ned Land. Se tiene siempre la expectación, de si Phileas Fogg ganará su apuesta o si Axel y su tío conseguirán salir con vida de las entrañas de la Tierra o lo que sacrifican los criados Conseil y Passepartout para ayudar a sus amos.

Julio Verne sigue siendo actualmente uno de los escritores de ciencia ficción más respetados, aunque haya sido desfasado por autores más modernos como Isaac Asimov o Ray Bradbury. Con sus amplios conocimientos de geografía y de ciencia Julio Verne no decepcionará a sus lectores.

Por último, me gustaría recomendar una lista de los libros con los que una persona podría empezar a leer a Verne: 

1. La vuelta al mundo en ochenta días

2. Veinte mil leguas de viaje submarino.

3. Cinco semanas en globo.

4. Viaje al centro de la Tierra.

5. De la Tierra a la Luna.

6. La isla misteriosa.

7. París en el siglo XXI.

8. La estrella del sur.

9. El faro del fin del mundo.

10. Los hijos del capitán Grant.

11. El castillo de los Cárpatos.


Javier del Castillo Salinas
Estudiante de Bachillerato



jueves, 21 de octubre de 2021

Un amigo extraordinario

Un amigo extraordinario es la película por la que Tom Hanks volvió a ser nominado al Óscar, en este caso a mejor actor de reparto de 2019, por su carismático papel de Fred Rogers. Se trata de una agradable película familiar que enseña valores. 

Se basa en el artículo que escribió Tom Junod en 1998 para la revista Esquire, Can you say… hero? (¿Puedes decir… héroe?), en el que explica cómo ha cambiado su vida desde que conoció al presentador del programa infantil, Fred Rogers. La historia gira entorno a Lloyd Vogel (Matthew Rhys), un periodista cínico de la revista Esquire con reputación, al que le asignan una entrevista con el famoso y querido presentador Fred Rogers, creador del programa Mister Roger’s Neighborhood (El vecindario del Señor Rogers), serie dirigida a los niños, pero que trata temas profundos como el divorcio, la guerra, el perdón, entre otros. Vogel no quiere escribir sobre el presentador. Al mismo tiempo, Jerry Vogel, que es interpretado por el veterano actor Chris Copper, intenta entablar relación otra vez con su hijo, que no quiere volver a hablar con él por lo que les hizo a él y a su madre, a la que engañó para irse con otra mujer. Además, la abandonó en su lecho de muerte. 

La película muestra de una manera muy convincente cómo a través de las entrevistas que tienen Rogers y Vogel, se hacen amigos y cambiará la vida del segundo. Aparece la difícil relación que tiene con su esposa (Susan Kelechi Watson), después de que él se ha vuelto a encontrar con su padre. El filme tiene como temas principales el perdón y el rencor. Además de la paternidad, que se ve desde distintos puntos de vista en los protagonistas de la película (Jerry, Rogers y Vogel). Se trata igualmente otro tema que muchas veces es tabú, la muerte. El personaje de Rogers en una de las mejores frases de la película, dice que la muerte es humana, y que al ser humana se puede tratar. 

Está dirigida por Marielle Heller, escrita por Micah Fitzerman-Blue y Noah Harpster y protagonizada por Tom Hanks, Matthew Rhys, Chris Copper, Susan Kelechi Watson, entre otros. Los tres protagonistas hacen papeles muy buenos, en el caso de Tom Hanks, su actuación se parece a la que hizo en Savings Mr. Banks, y Matthew Rhys interpreta muy bien al periodista cínico. La mayoría de las canciones que aparecen en la película (la canción de inicio del programa incluida) fueron compuestas por el propio Rogers en su serie. Es de mencionar también que la película tiene un punto original en mostrar maquetas de las dos ciudades (Nueva York y Pittsburgh) cuando se cambia de una ciudad a otra en la película. 

Es un estupendo filme familiar, con excelentes actuaciones, con buenos valores, técnicas originales, una dirección espectacular y una mezcla muy especial entre drama y algo de comedia. 

Diego Alonso del Castillo Salinas 
Estudiante de Bachillerato



miércoles, 3 de marzo de 2021

El jardín de los tres rosales

Museo de Orsay, París. Destaca por tener obras de van Gogh y Monet, no podía irme de allí sin visitarlo. Lo primero que fui a ver, nada más entrar, fue la famosa Noche estrellada de Van Gogh. Ya la había visto muchas veces en fotos, pero contemplarla en persona era igual que verla por primera vez. Había también otras obras muy bonitas, pero hubo una que me llamó especialmente la atención, El jardín del artista en Giverny de Monet. Ver esta bella representación de una linda casa de campo rodeada de tantas flores, me embelesó. Estuve más de quince minutos apreciando cada detalle y fascinándome.

Al rato, una voz rompió el silencio diciendo “tócame”. Me asusté y me di la vuelta, pero no había nadie. Volvió a sonar y no paró hasta que me di cuenta de que provenía del cuadro. La sala estaba llena de carteles en los que ponía no tocar, pero la tentación me superó y rocé el marco del cuadro con la punta de mis dedos. De pronto, del cuadro empezó a salir pintura a borbotones. Yo, asustado y sin saber lo que pasaba, cerré los ojos. Enseguida noté una cálida brisa primaveral y empecé a escuchar el zumbido de las abejas. Curioso abrí los ojos, para encontrarme en ese camino que Monet había pintado. No pensé en nada, solo me llené con la misma emoción que siente un niño cuando ve una mariposa por primera vez. 

Decidí empezar a caminar: era como ir por un pasillo infinito, hasta que me encontré frente a dos rosales divididos por el estrecho sendero. Los rosales me maravillaron, pues eran de lo más extraños. El rosal de la izquierda era de color magenta y sus flores me resultaron muy curiosas, porque estaban retorcidas y tenían unas espinas grandes y puntiagudas. Tomé una flor para olerla. Al hacerlo, mi alma empezó a encogerse, pues una triste amargura la invadió, y tuve que soltarla, ya que el sufrimiento era insoportable. Cuando me repuse, fui a ver el rosal de la derecha. Era de color amarillo y a diferencia de las anteriores, sus espinas eran redondas y estaban cubiertas de una agradable especie de suave pelo. La curiosidad me pudo otra vez y cogí una de sus rosas. Cuando la tuve, una enorme alegría me inundó y todos los pensamientos negativos desaparecieron.

Continué por el caminito y descubrí entonces una fuente con dos caños. Del izquierdo salía el agua de color magenta y del derecho, casi goteando, salía de color amarillo. Estas se mezclaban dando resultado al color rojo, que vertiéndose por un tercer caño regaba un rosal rojo. Pero este tenía algo de especial: sus rosas eran perfectas, con unos tallos fuertes, con alguna que otra espina, y el color de sus pétalos era de un rojo sangre hipnótico. Cogí una y, al olerla, me llené de amor.        

 Alejandro Caño Díaz
Estudiante de Bachillerato



miércoles, 27 de enero de 2021

El último viaje

 
La aguja del cuentarrevoluciones acababa de entrar en el arco rojo. El motor del SEAT rugía ferozmente exprimiendo sus casi setecientos caballos de potencia. El aire silbaba adaptándose al selecto carenado del coche confiriéndole un plus de estabilidad que valía cada euro de más que había costado aquel fuera de serie. Una irregularidad en el firme, oculta por la abismal oscuridad de las más negras de las noches, le obligó a salir de su ensimismamiento. Miró su reloj de pulsera y profirió una maldición a la vez que hundía su pie derecho en el acelerador obligándole a cambiar de marcha. Los cilindros del motor en uve inmediatamente aplacaron su anterior excitación. Los faros de xenón, sin embargo, no cedían en su empeño por mantener el arco de luz en medio de la recién desarrollada niebla helada.
 
Mientras, en el interior, al cobijo de todas aquellas inclemencias, se escuchó un grito de pánico cuando el coche perdió por unos instantes cualquier contacto con el asfalto. La malicia del conductor se reflejó a modo de sonrisita en el espejo retrovisor.
 
—¿Acaso pensabas que por haber muerto ya no tendrías miedo? —la voz del conductor, grave, ronca, jocosa, rompió el maquiavélico silencio—. Espera y verás lo que significa tener miedo —esta vez el conductor profirió una estridente risita que erizó el vello del pasajero.
 
Apenas hubo que esperar mucho para que la progresiva pérdida de velocidad se hiciera patente. A partir de aquel momento ocurrieron distintas cosas de forma simultánea. La niebla comenzó a desvanecerse a la vez que el firme se hacía más y más accidentado. El conductor, a pesar de haber disminuido la velocidad, disfrutaba manteniéndola aún excesivamente alta como para atravesar aquel terreno bacheado lo que provocaba que botara y rebotara en el asiento de cuero una y otra vez, chocando y botando, saltando y rebotando contra la ventanilla, el techo, su asiento y el volante del automóvil respectivamente. Todo este traqueteo hacía que su desgreñado pelo largo se moviera en una extraña danza alocada, y sus desaliñadas barbas luengas se batieran en el aire como movidas por hilos mágicos.
 
Aquel vaivén insoportable finalizó tan bruscamente como comenzó. La detención del automóvil fue casi inmediata tras accionar el pedal del freno. El tintineo de los adornos que colgaban del retrovisor central tardó unos instantes en consumir su energía hasta finalmente silenciarse.
 
Conducido por un brío sorprendente para su edad, se apeó del coche aventando su capa y agarrando el maletín que hasta entonces había reposado en el asiento del copiloto. Cerró la puerta, tosió, se rascó su rostro enverdecido y arrugado por la edad y procedió a abrir el compartimento del pasajero.
 
—¡Págame! —de sus ojos brotaban llamas de deseo—. Dame lo que es mío —insistió mientras abría su maletín y se lo acercaba agitándolo con impaciencia en el aire.
 
El pasajero, tambaleante, mareado, reptó hasta apoyarse en la puerta del coche. Pálido, le sobrevino una arcada. Una moneda de un euro, grabada con la imagen de un mochuelo y la palabra ΕΥΡΩ, salió por su boca mezclada con la bilis de su estómago. Sin escrúpulos, el conductor se agachó, cogió la moneda, la limpió en su capa y la observó con denuedo. Sonrió con fruición, guardándola ipso facto en su maletín.
 
—Ahora vete —apremió el conductor volviendo de nuevo a acomodarse en su asiento.
 
El motor rugió con agilidad volviendo de nuevo a la vida. Apenas unos instantes después se perdía en lontananza absorbido por la densa muralla de niebla. El SEAT Caronte V8 TDI se desvaneció dando paso a un silencio húmedo y sobrecogedor.
 
El cántico próximo de un río consiguió sacarle de su embelesamiento. Miró en derredor para detectar los primeros rayos de sol que iluminaban aquel paraje pantanoso. Apenas unos metros tras de sí un río de dimensiones considerables creaba una frontera infranqueable que junto a la niebla mantenían aquel lugar oculto.
 
Al este, coloreada por los tonos anaranjados del sol, una vetusta construcción de piedra se erguía fría y desafiante, áspera y amenazadora. Se aproximó al pórtico de entrada donde sus pies descalzos encontraron una desagradecida superficie con numerosas irregularidades. Penetró en el silencio del caserón, ávido por encontrar cualquier presencia. Al fondo, sobre un entarimado descansaban tres regias figuras iluminadas parcialmente por la luz del sol que se colaba por el único rosetón que había. Sobre sus tronos, grabado directamente en la piedra, una pulcra inscripción rezaba: “Su ayuda no será prestada a los embusteros”.
 
—¡Póstrate miserable! —bramó el hombre que estaba sentado en el centro. Su trono, el del respaldo más alto, tenía el nombre de “Radamanto” grabado exquisitamente en la madera.
 
Desnuda, al descubierto, sin nada con lo que cubrirse, sin lugar donde esconderse, se arrodilló nuestra alma ante los tronos regios. A la derecha descansaba Éaco; a la izquierda, Minos. 
 
—Te creé libre y supiste elegir…
 
—… te di la vida y la atesoraste…
 
—… te enseñé y supiste aprender.  
 
Sus miradas se posaron sobre él, capaces de ahondar en el más recóndito de sus secretos. Prosiguieron a una sola voz:
 
—Porque aprendiste a vivir en nuestra libertad, eligiendo el tesoro de aprender nuestra enseñanza, recibe ahora nuestro eterno lugar de descanso. Seas bienvenido al Elíseo.
 
Las tres voces al unísono se silenciaron. Inmediatamente a su derecha se descubrió una oquedad de apenas unos milímetros que comenzaba a agrandarse más y más. La luminosidad que rezumaba impedía contemplar nada sin tener que achinar los ojos. Cuando ya tenía unos palmos de amplitud, se descubrió una verde pradera de infinita extensión. Había cientos y cientos de ovejas de lana nívea, plácidamente pastando bajo una continua lluvia de gotas doradas y millares de pétalos fulgentes de todos los colores imaginables que constantemente caían. Sonriente, apoyado en su cayado, sentado mansamente sobre la única roca que podía contemplarse, había un pastor. Este, con gran sosiego, se giró desvelando su rostro y llamó por su nombre al alma recién llegada. Esta, sin hesitación, bajo su nueva apariencia de oveja, entró en los campos elíseos. Allí, se recostaría junto a él por años sin término.
 
Jesús Martínez Medina
Piloto de avión