miércoles, 3 de marzo de 2021

El jardín de los tres rosales

Museo de Orsay, París. Destaca por tener obras de van Gogh y Monet, no podía irme de allí sin visitarlo. Lo primero que fui a ver, nada más entrar, fue la famosa Noche estrellada de Van Gogh. Ya la había visto muchas veces en fotos, pero contemplarla en persona era igual que verla por primera vez. Había también otras obras muy bonitas, pero hubo una que me llamó especialmente la atención, El jardín del artista en Giverny de Monet. Ver esta bella representación de una linda casa de campo rodeada de tantas flores, me embelesó. Estuve más de quince minutos apreciando cada detalle y fascinándome.

Al rato, una voz rompió el silencio diciendo “tócame”. Me asusté y me di la vuelta, pero no había nadie. Volvió a sonar y no paró hasta que me di cuenta de que provenía del cuadro. La sala estaba llena de carteles en los que ponía no tocar, pero la tentación me superó y rocé el marco del cuadro con la punta de mis dedos. De pronto, del cuadro empezó a salir pintura a borbotones. Yo, asustado y sin saber lo que pasaba, cerré los ojos. Enseguida noté una cálida brisa primaveral y empecé a escuchar el zumbido de las abejas. Curioso abrí los ojos, para encontrarme en ese camino que Monet había pintado. No pensé en nada, solo me llené con la misma emoción que siente un niño cuando ve una mariposa por primera vez. 

Decidí empezar a caminar: era como ir por un pasillo infinito, hasta que me encontré frente a dos rosales divididos por el estrecho sendero. Los rosales me maravillaron, pues eran de lo más extraños. El rosal de la izquierda era de color magenta y sus flores me resultaron muy curiosas, porque estaban retorcidas y tenían unas espinas grandes y puntiagudas. Tomé una flor para olerla. Al hacerlo, mi alma empezó a encogerse, pues una triste amargura la invadió, y tuve que soltarla, ya que el sufrimiento era insoportable. Cuando me repuse, fui a ver el rosal de la derecha. Era de color amarillo y a diferencia de las anteriores, sus espinas eran redondas y estaban cubiertas de una agradable especie de suave pelo. La curiosidad me pudo otra vez y cogí una de sus rosas. Cuando la tuve, una enorme alegría me inundó y todos los pensamientos negativos desaparecieron.

Continué por el caminito y descubrí entonces una fuente con dos caños. Del izquierdo salía el agua de color magenta y del derecho, casi goteando, salía de color amarillo. Estas se mezclaban dando resultado al color rojo, que vertiéndose por un tercer caño regaba un rosal rojo. Pero este tenía algo de especial: sus rosas eran perfectas, con unos tallos fuertes, con alguna que otra espina, y el color de sus pétalos era de un rojo sangre hipnótico. Cogí una y, al olerla, me llené de amor.        

 Alejandro Caño Díaz
Estudiante de Bachillerato