Es
probable que nunca pueda olvidar los hechos acontecidos la madrugada perteneciente
al 22 de octubre de 2006.
Para mí
el 21 no fue un día especial. De hecho era un día completamente ordinario.
Unos
compañeros y yo quedamos para tomar unas cervezas tras una jornada atareada en
un periódico en el que solía trabajar por aquel entonces. Fuimos a un bar a las
afueras, lejos del curro y cerca de la residencia de uno de ellos, Jaime, el
encargado de las erratas, ya que decidió invitarnos por el inminente nacimiento
de su segunda hija.
Ya bien
entrada la noche y viendo que las nubes empezaban a cubrir la luna, decidimos no
arriesgarnos a conducir con lluvia, terminar la velada, pagar la cuenta y
regresar a casa. Volví en el coche de Javi, mi compañero en la sección de
logística, junto con Miriam, una recién graduada que llegó hace poco a nuestra
plantilla. He de reconocer que por aquel entonces estaba un poco colado por
ella. Solo era dos años menor que yo y, a pesar de no poder ser descrita como
una belleza, tenía los ojos de un azul precioso.
Durante
el trayecto me dediqué a charlar con ellos sobre temas relacionados con el
trabajo, en especial sobre nuestro jefe. En un momento dado en el que la
carretera cruzaba una zona boscosa, más o menos a mitad del viaje, las nubes se
retiraron del cielo nocturno, dejando la luna de nuevo al descubierto.
Entonces,
en la lejanía del asfalto desierto, los tres contemplamos como surgió una débil
luz rojiza que se acercó a gran velocidad. No nos dio tiempo a extrañarnos
debido a su color o a plantearnos qué era. Antes de darnos cuenta, demasiado
rápido como para que aun ante la luz de los faros pudiéramos ver con claridad de
qué se trataba, apareció frente a nosotros y, tras un fuerte impacto, mi
conciencia se desvaneció.
Cuando
desperté, asumo que poco después de la colisión, me encontré al vehículo a un
lado de la carretera, empotrado contra un árbol. Javi no había recobrado la
conciencia, pero por lo que pude comprobar, no sufrió serios daños, solo unas
cuantas contusiones. Lo alarmante era que Miriam, la única que viajaba en los
asientos traseros, no se hallaba por ningún lado y la puerta derecha de atrás,
la que daba al lado del bosque, se encontraba abierta.
Salí
del vehículo y pude comprobar que el accidente no era tan grave como debería
haber sido tratándose de una colisión frontal, pues aunque el coche había
sufrido severos daños, estos solo se limitaban a la parte del parachoques y del
capó, dejando el motor casi intacto. Aun así no pude evitar preocuparme más ya
que Miriam no estaba por ningún lado.
En ese
momento, escuché como un golpe que provenía de la espesura. Sin pensarlo mucho,
ya que la preocupación excedía a mi miedo y realmente no me encontraba en
plenas facultades tras el impacto, me adentré en el bosque sin dudarlo. Tras
recorrer unos 40 o 50 metros, contemplé una escena que incluso ahora no puedo
olvidar.
Bajo la
tenue luz de la luna me las arreglé para ver con claridad el monstruoso cuerpo
de aquella cosa. Su forma general se asemejaba a un lobo o perro —asumiendo que los perros miden
unos tres metros de alto y casi seis de largo— cubierto desde los pies hasta la punta de su larga
cola por algo que parecían escamas de un tono negro metálico. La parte más
aterradora de él no era su corpulencia, o sus fieras garras capaces de despedazar
con facilidad a cualquier ser vivo que se cruzara en su camino, sino su
terrible rostro. Poseía dos grandes colmillos que ascendían desde sus fauces y,
lo más terrorífico, en el lugar donde en un mamífero, ave o reptil se hallarían
los ojos, este ser tenía dos largas protuberancias, similares a cuernos, que se
curvaban hacia atrás más allá de su lomo. Entre ellos se encontraba una especie
de rombo luminiscente de color rojizo en el que pude vislumbrar unos extraños
símbolos o runas que no supe reconocer, pero cuyo simple recuerdo por alguna
razón me llena de repulsa y espanto.
Sin
embargo, lo que más me marcó esa noche no fue la visión de esa temible y
grotesca bestia o el pútrido olor a carroña que desprendía, sino el frágil
cuerpo hallado bajo sus letales garras. Pude ver a Miriam, con una expresión de
agonía, mirándome aterrada. Había sangre en la comisura de sus labios. La
enorme presión de las zarpas la estaba ahogando. No podía respirar. Al verme se
movió tratando de llamar mi atención. Yo me quedé paralizado. El miedo tomó el
control.
—¡Crack! —El sonido más terrible que alguna vez he escuchado retumbó en
el bosque.
Las
garras hicieron presión y su pecho se derrumbó. Me miró por última vez con ojos
suplicantes. No pudo volver a respirar. Dejó de moverse, estaba muerta.
Contemplé
cómo la bestia arrancó y se dio un festín con una de las piernas de mi
compañera. Después torció la cabeza en mi dirección. Había restos de carne y
sangre en sus colmillos. En ese momento recuperé la razón y relacioné la luz
que nos embistió con aquel macabro y brillante rombo en su frente. Recuperé el
control de mi cuerpo. Me di la vuelta y corrí. Escuché un fuerte silbido a mis
espaldas y noté un gran escozor en el brazo izquierdo. No me molesté en
comprobarlo, solo seguí huyendo. Desconozco cuánto tiempo pasé tratando de
alejarme de esa cosa, pero en algún momento perdí la conciencia.
Cuando
desperté me hallaba desorientado en un hospital. Al preguntar a una enfermera, me
contestó que había sido encontrado a unos dos kilómetros del accidente por una
persona que por allí pasaba. Me encontró en un estado desastroso, casi
desangrado debido a tres profundas laceraciones en mi antebrazo izquierdo.
Pasé
una semana allí. Pronto recibí noticias de Javi. Estaba en el mismo hospital y
se encontraba en un estado visiblemente mejor al mío. La razón por la que no le
habían dado aún el alta era porque se encontraba en observación tras la fuerte
contusión en la cabeza. Lo extraño, y el inicio de mi calvario, comenzó cuando
le pregunté sobre Miriam.
—¿De qué estás hablando? ¿Quién es Miriam? No
me suena, ¿no te habrás dado tú también en la cabeza? —Contestó él, mirándome como si estuviera loco.
En un
principio asumí que el choque le había afectado y no volví a sacar el tema,
pero tras unos días me empezó a extrañar. Miriam había sido asesinada y devorada
de forma brutal y nadie venía a interrogarme sobre el tema, ni siquiera la
propia familia.
Lo más
chocante fue tras salir a la semana del hospital y volver al trabajo. Contemplé
horrorizado como allí nadie parecía saber sobre ella. Durante un tiempo este
asunto me obsesionó hasta tal punto que Javi, Jaime y el resto de compañeros
del periódico dejaron de hablarme. Decían que el accidente me había afectado
algo en la cabeza. Traté de investigar, pero en realidad no la conocía desde
hace mucho y todos los documentos relacionados con ella habían desaparecido
como por arte de magia. Antes de empezar perdí el rastro. También traté de
investigar sobre la bestia, pero no hallé ni una sola leyenda que dejara
constancia sobre una criatura similar a ella.
También,
y con regularidad, fui asaltado por fuertes, cruentas pesadillas relacionadas
con aquella noche. Mi salud tanto física como mental empezó a declinar. Debido
a mi lastimoso estado perdí el trabajo en el que había invertido casi cinco
años.
Con el
paso de los años, y tras estar un tiempo ingresado, logré recuperarme en parte.
Un día
me armé de valor y volví al lugar del accidente. Vi dónde nos estrellamos y
volví a contemplar con mis propios ojos el lugar en el que Miriam fue
asesinada. Sin embargo, y aunque el lugar coincidía con el grabado a fuego en
mis recuerdos, no encontré nada. Absolutamente nada. No hallé marcas de garra,
ni algún resto de Miriam. En verdad no sabía qué esperaba encontrar.
Entonces
empecé a cuestionarme si había sido todo un sueño o si, en verdad, era yo el
loco y Miriam era una especie de personaje creado por mi imaginación.
Pero no
podía engañarme. Cada vez que tenía ese tipo de pensamientos solo bastaba con
mirar las tres horribles cicatrices que cruzaban mi antebrazo para que se
esfumaran. Al parecer, y según los expertos que afirmaron algo que yo ya sabía,
este tipo de marcas son propias de las zarpas de un gran animal. Hasta los
cirujanos estaban estupefactos sobre el tipo de criatura que me las había hecho
y, sin embargo, cuando decía la verdad, nadie me creía. Es bastante irónico que
la marca de la bestia sea lo que más me ha ayudado a lo largo de estos años a
mantener la cordura.
Desconozco
cómo sobreviví esa fatídica noche, pero con el tiempo llegué a la conclusión de
que aquella bestia simplemente no estaba interesada en mí. La pobre Miriam desapareció
completamente de este mundo. No, lo correcto sería decir que fue borrada. Creo
que ese día la bestia devoró algo más que su cadáver. También me hallo confuso
sobre la razón por la cual solo yo puedo recordarla.
Desde ese
entonces, incluso ahora y es probable que durante el resto de mi vida, veo en
sueños ese par de hermosos zafiros luminosos, hundiéndose con lentitud en un
profundo pozo llamado desesperación, hasta finalmente apagarse.
Se
extinguen por completo, sin dejar rastro al igual que ella.
Fernando García Caraballo
Ciclo Formativo de Grado
Superior
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