miércoles, 15 de enero de 2020

Triste felicidad


Bienvenidos al Reino del fuego, una tierra seca y ennegrecida en la que hace mucho calor. Su fauna consiste en animales carnívoros con aspectos horrendos y gigantescos que se alimentan de lava y carne. En cuanto a las plantas sólo hay un tipo y es el lignum ignis, comúnmente conocido como “árbol de fuego”, y se caracteriza por dar tres tipos de fruta. La primera, y más abundante, es una con forma esférica de color rojo que pica mucho; la segunda, y menos frecuente que la anterior, es una morada que es mortal a la hora de ingerirse; y la más difícil de encontrar y con mejor sabor, es la de color verde, que tiene forma de estrella y un sabor exquisito.

Este reino es gobernado por Calcifer, el rey más grande de todos los que ha tenido el Reino del fuego. Es un señor de presencia imponente. Por pelo tiene unas brillantes llamas azules. Su piel es blanca como la nieve, lo cual es muy extraño para su tierra, donde la gente suele ser de un tipo de piel más oscura. Sus ojos son del mismo azul que su pelo y su rostro siempre es sereno. En todo momento viste con un traje negro, con algún bordado rojo y lleva un bastón en el que hay un enorme rubí. En cuanto a su carácter, tiene muy poca paciencia y cuando se enfada incinera lo primero que alcanza. Está casado con Lucrecia, conocida popularmente como la “Emperatriz del fuego”. Es muy bella, pero es mala y tiene cierto punto de locura. Tienen una hija llamada Flamia, que es muy bondadosa y es espectacularmente hermosa. Mucha gente ha intentado pedir su mano pero Calcifer los acababa incinerando a todos, porque dice que no son lo bastante buenos para su hijita.

Calcifer siempre ha querido una cosa y es llorar, lo cual puede parecer un poco absurdo. Porque claro, cómo va a llorar el señor del fuego si la lava más caliente fluye por sus venas. He de decir que a él eso le daba igual, y para conseguirlo hizo un concurso en el que daba como premio la mitad del tesoro real a quien le hiciese llorar. Enseguida mucha gente se movilizó y empezó a participar. Nadie conseguía hacerle llorar y se empezó a hartar. Le habían representado todas las obras de teatro más tristes y le habían recitado las poesías más conmovedoras; la gente estaba ya tan desesperada que empezaron a contarle chistes para ver si lloraba de la risa. Hasta que llegaron esas tres personas… Eran unos extranjeros, parecían del Reino del agua, debido a sus elegantes gestos. A sus espaldas dos de ellos llevaban una especie de maletines negros y uno llevaba una cajita en la mano. Este subió primero al escenario seguido de los otros dos. Puso la cajita en el suelo, susurro un hechizo en voz baja y la cajita se transformó en un elegante piano de cola negro. Los del Reino del fuego estaban asombrados. Después los otros dos sacaron una flauta y un violín. Calcifer y el resto de espectadores estaban muy extrañados porque no habían visto nada igual en su vida y no sabían qué iba a pasar.

El hombre del piano anunció que iban a representar una composición llamada “Triste felicidad”. Toda la sala estaba expectante. El hombre del piano se sentó en un taburete que tenía detrás, hizo un gesto a sus dos acompañantes y comenzó.

De repente el piano hizo sonar unas agudas notas melancólicas con un ritmo pausado que profundizaban en el alma del oyente. Poco a poco las notas se iban volviendo más graves para dar paso a la aguda flauta, que le estaba quitando protagonismo. El sonido de la flauta intentando tapar al piano, te producía un sentimiento de impotencia, al ver que no podía contra el piano. Este pasó a tercer plano por culpa del sonido del violín que paulatinamente ganaba terreno con ese triste tono. Acto seguido el violín subió el volumen echando a la flauta y el piano intentó no dejarse ahogar por ese trágico sonido. El sonido del violín en ese momento era un llanto de tristeza acompañado por los pasos melancólicos del piano a los que se les unió la soledad de la flauta. Poco a poco la flauta dejó de sonar y el llanto del violín se apagó y de ese modo solo prevaleció la triste caminata del piano que iba profundizando en nosotros.

Al terminar no hubo aplauso alguno, solo se vio una lágrima caer por la mejilla de Calcifer.

Alejandro Caño Díaz
Estudiante de Bachillerato