Bienvenidos al Reino del fuego, una tierra seca y ennegrecida en la que hace
mucho calor. Su fauna consiste en animales carnívoros con aspectos horrendos y
gigantescos que se alimentan de lava y carne. En cuanto a las plantas sólo hay
un tipo y es el lignum ignis, comúnmente
conocido como “árbol de fuego”, y se caracteriza por dar tres tipos de fruta.
La primera, y más abundante, es una con forma esférica de color rojo que pica
mucho; la segunda, y menos frecuente que la anterior, es una morada que es
mortal a la hora de ingerirse; y la más difícil de encontrar y con mejor sabor,
es la de color verde, que tiene forma de estrella y un sabor exquisito.
Este reino es gobernado por Calcifer, el rey más grande de todos los que ha
tenido el Reino del fuego. Es un señor de presencia imponente. Por pelo tiene
unas brillantes llamas azules. Su piel es blanca como la nieve, lo cual es muy
extraño para su tierra, donde la gente suele ser de un tipo de piel más oscura.
Sus ojos son del mismo azul que su pelo y su rostro siempre es sereno. En todo momento viste con un traje negro, con algún bordado rojo y lleva un bastón en el que
hay un enorme rubí. En cuanto a su carácter, tiene muy poca paciencia y cuando
se enfada incinera lo primero que alcanza. Está casado con Lucrecia, conocida
popularmente como la “Emperatriz del fuego”. Es muy bella, pero es mala y tiene
cierto punto de locura. Tienen una hija llamada Flamia, que es muy bondadosa y
es espectacularmente hermosa. Mucha gente ha intentado pedir su mano pero
Calcifer los acababa incinerando a todos, porque dice que no son lo bastante
buenos para su hijita.
Calcifer siempre ha querido una cosa y es llorar, lo cual puede parecer un
poco absurdo. Porque claro, cómo va a llorar el señor del fuego si la lava más
caliente fluye por sus venas. He de decir que a él eso le daba igual, y para
conseguirlo hizo un concurso en el que daba como premio la mitad del tesoro
real a quien le hiciese llorar. Enseguida mucha gente se movilizó y empezó a
participar. Nadie conseguía hacerle llorar y se empezó a hartar. Le habían
representado todas las obras de teatro más tristes y le habían recitado las
poesías más conmovedoras; la gente estaba ya tan desesperada que empezaron a
contarle chistes para ver si lloraba de la risa. Hasta que llegaron esas tres
personas… Eran unos extranjeros, parecían del Reino del agua, debido a sus
elegantes gestos. A sus espaldas dos de ellos llevaban una especie de maletines
negros y uno llevaba una cajita en la mano. Este subió primero al
escenario seguido de los otros dos. Puso la cajita en el suelo, susurro un
hechizo en voz baja y la cajita se transformó en un elegante piano de cola
negro. Los del Reino del fuego estaban asombrados. Después los otros dos sacaron una flauta y un violín. Calcifer y el resto
de espectadores estaban muy extrañados porque no habían visto nada igual en su vida y no sabían qué iba a pasar.
El hombre del piano anunció que iban a representar una composición llamada
“Triste felicidad”. Toda la sala estaba expectante. El hombre del piano se sentó en un taburete que tenía
detrás, hizo un gesto a sus dos acompañantes y comenzó.
De repente el piano hizo sonar unas agudas notas melancólicas con un ritmo
pausado que profundizaban en el alma del oyente. Poco a poco las notas se iban
volviendo más graves para dar paso a la aguda flauta, que le estaba quitando
protagonismo. El sonido de la flauta intentando tapar al piano, te producía un
sentimiento de impotencia, al ver que no podía contra el piano. Este pasó a
tercer plano por culpa del sonido del violín que paulatinamente ganaba terreno
con ese triste tono. Acto seguido el violín subió el volumen echando a la
flauta y el piano intentó no dejarse ahogar por ese trágico sonido. El sonido
del violín en ese momento era un llanto de tristeza acompañado por los pasos
melancólicos del piano a los que se les unió la soledad de la flauta. Poco a
poco la flauta dejó de sonar y el llanto del violín se apagó y de ese modo solo
prevaleció la triste caminata del piano que iba profundizando en nosotros.
Al terminar no hubo aplauso alguno, solo se vio una lágrima caer por la
mejilla de Calcifer.
Alejandro Caño Díaz
Estudiante de
Bachillerato
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