Le alivió saber eso, dado que jamás se
había sentido tan sólo.
-¿Qué hará este libro aquí? -se preguntó
el joven.
Decidió coger aquel libro y guardarlo en
su bolsillo, pensando que si le había ayudado ahora, podría hacerlo también más
tarde.
Aquella cueva le era familiar. Se
acordaba de una película que había visto años atrás, Los Goonies. Pronto
se apresuró a buscar una salida, y a los pocos minutos vio una luz que le
indicaba el final de la cueva.
Cuando salió, contempló lo que tenía a
su alrededor. Arena, más arena, unas pocas palmeras... y mar.
Por más que giraba sobre sí, sólo veía
mar, exceptuando la entrada de la cueva. Intentó recordar cómo había ido a
parar a semejante lugar, y pensó que quizá se hubiese golpeado y por eso no lo
recordaba.
De modo que aquel chaval de 16 años, al
que ya nada le intrigaba, pues allí poco había que hacer, se sentó junto a una
palmera y sacó el libro con el que había empezado todo.
-La Isla del Tesoro, de Robert
Louis Stevenson -dijo el joven, y comenzó a leer.
David
Pardillos
2º Bachillerato
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