“Paff”, sonaban con eco sordo las botas de
Royan mientras caminaba por ese inexplorado túnel, recordando cómo había
acabado allí, en esa estúpida excursión a esa ciudad abandonada hace cientos de
años. Rememoraba cómo le habían arrebatado el dispositivo de comunicación y en
respuesta, él había decidido abandonar ese grupo del programa educativo. Pensaba
en lo que siempre le decía su padre: “el pasado fue, el futuro es lo importante”.
Cuando salió del túnel, el joven de 13 años observó
que estaba en una vieja estación de transporte público rodeada de viejos
edificios de color ocre y gris medio derruidos. ¿Quién querría vivir ahí? Sin
embargo, sus andaduras no llegaron lejos, ya que comenzó a diluviar. Maldiciendo
su suerte corrió hacia un viejo edificio de metal y cristal que parecía ser el único
de las proximidades que se mantenía en pie. Al entrar contempló una estatua de
un hombre que no reconocía con un viejo letrero que ponía “si no conocemos el
pasado cometeremos los mismos errores en el futuro, por ello son tan importante
los…”
Royan observó el letrero dañado, incapaz de
leer las siguientes palabras. Indignándose resopló:
-Bah, seguro que fue el fundador de este
edificio y por ello tiene una estatua. Alguien con esas palabras tan estúpidas
no se merece un monumento.
Conforme la noche se acercaba buscó algo en
lo que dormir pero sólo encontró viejas estanterías cuya finalidad hacía ya
mucho tiempo que se había olvidado. Tampoco sabía para qué servía aquel
edificio. Subiendo unas escaleras se encontró un cartel en el que estaba
escrito “novela de aventuras”. Royan reía irónico mientras miraba absorto el
letrero. Era un edificio para libros, algo que le sorprendió enormemente. No
sólo ya no se fabricaban, sino que las personas apenas sabían ya leer. Incluso él,
que se jactaba de saber hacerlo, lo veía inútil. Sin embargo entró en la sala.
Nunca había visto un libro y sentía curiosidad. Decepcionado al ver todos los
estantes vacíos, un atisbo de esperanza apareció en forma de libro tumbado
sobre una estantería. Nada más verlo, sonó una voz que lo llamaba desde fuera.
Habían aparecido las fuerzas del orden para llevarlo de vuelta a casa, le
estaban llamando a gritos. Antes de irse, cogió el libro y salió corriendo
hacia el pequeño transporte de sus rescatadores, bajo la lluvia, fuera de esa cárcel
de cristal y hierro.
Cuando llegó al vehículo, el oficial del
orden le preguntó qué llevaba en la mano. Royan respondió irónicamente que
habría que averiguarlo. Conforme el transporte se elevaba del suelo, Royan
miraba el libro con voracidad pensando qué aventuras escondería ese pequeño
reducto de lo antiguo.
Jaime Castillo
2º Bachillerato
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