Desenvainé mi espada
y desafié a la colosal bestia que ante mí se encontraba. El dragón rugió y, enfurecido,
trato de masacrarnos a mí y a mis compañeros. Tras unos minutos de intensa
batalla, el dragón inhaló el aire a nuestro alrededor y exhaló un hálito infernal
de llamaradas carmesí que lo consumió todo. Tres de mis compañeros cayeron al
suelo envueltos en flamas; yo, a duras penas, conseguí sobrevivir. Dispuesto a
vengarme, cargué contra él, pero mi imprudencia solo consiguió que me aplastara
una de sus titánicas y monstruosas zarpas.
Frustrado, tiré el
mando sobre la cama y apagué la consola.
Fernando
García Caraballo
Ciclo
Formativo de Grado Medio
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