Un
coche destartalado rompe la calma de los verdes campos ennegrecidos por la
penumbra de una noche oscura. Cuando hubo el vehículo frenado, salen de este
cuatro figuras irreconocibles por las tinieblas que les rodean.
Una
vieja encina saluda a los recién llegados meciendo sus hojas iluminadas apenas
por un par de estrellas que escapan del manto de niebla que recubre el
firmamento. Un par de cuerdas se enrollaron alrededor de alguna de las ramas
del árbol, sujetando lo que parecía ser una figura cubierta de tela, que si
bien no tenía movimiento alguno, daba la impresión de que en cualquier momento
iba a salir corriendo de la escena.
Las
cuatro sombras se reúnen alrededor del extraño ente en silencio, portando cada
una un objeto con distinta forma, quizá estos muy comunes, pero ignotos a la
vista por la densa bruma. La colgada silueta comienza a recibir el acoso de estos,
los cuales, hábilmente controlados por las enigmáticas figuras, danzan gráciles
un baile de vaivenes imprudentes.
A
cada acometida, la tela de la oscilante piñata se teñía de negro un poco más, y
se hacía cada vez más difícil de ver. Cuando la fiesta hubo amansado, yace
solitario el saco tintado por completo de negro, al igual que parte de la
encina y del césped cercano a esta.
Ya
a la llegada del alba, los reveladores rayos del Sol alejan a la neblina del
lugar y cambian por carmesí el negruzco color antes vislumbrado a través de la
oscuridad. Los llantos de un vecindario resuenan y maldicen ahora la muerte de
un niño. Con estos sollozos cuatro personas dan por finalizado el festín.
Raúl Salido
2º Bachillerato
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