-Pero, Natalia, ¿cómo conociste este paisaje tan bonito? -le pregunto
mientras me apoyo en la valla del mirador.
-Mi padre, que era un fanático de la naturaleza, siempre me llevaba
por caminos inhóspitos, que solo él conocía. Todavía recuerdo los árboles y las
hojas antes de que sufriéramos el accidente y me quedara como estoy ahora. Creo
que tenía cinco años, más o menos. Y para evitar que me sintiera diferente,
seguía trayéndome a estos rincones de la montaña.
No puedo evitar enamorarme de su sonrisa, dibujada por los recuerdos
de su infancia, siempre presentes, latentes, esperando a que algo los reviva.
-¿Podrías hacerme un favor? -me pregunta, sacándome de su mirada-. Dime
qué ves.
-¿Por qué?
-A ver- se gira hacia mi-, una forma de descubrir cómo es alguien es
pedirle que represente algo tan hermoso como lo que tenemos delante, y también,
en parte, para que me ayudes a recordar cómo era esta vista en otoño.
Se le escapa una pequeña lagrimita, pero manteniendo la sonrisa y la
ilusión en su rostro. ¿Qué hago?, no sé cómo describir algo a alguien que ya
tiene una idea preconcebida de lo que estoy viendo, no puedo estar a la altura.
-Pues, tenemos la cima de la montaña delante, con algunos árboles en
la cara sur, y varios pájaros sobrevuelan el bosque situado en la parte más
baja.
-¡Pero que soy ciega, no tonta! -me interrumpe entre carcajadas-. Quiero
que me digas qué es lo que te produce aquí, en el corazón.
Vale, me ha convencido. Cambio el punto de vista.
-La montaña prepara su abrigo amarillo, regalado por los árboles que
habitan en su piel. Y falta poco para que luzca sus mejores galas, el blanco
vestido de la nieve recién caída.
Cuando termino, el corazón me va a estallar. Me giro para ver la
reacción de mi única oyente y encuentro a una joven emocionada, con lágrimas en
sus mejillas. Sus ojos pálidos no lo reflejan, pero sé que su alma me mira
sonriente y acelerada.
-Gracias -dice entre susurros.
Víctor Ortego
2º Bachillerato
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