Me miraste a la cara
y me obligaste a vomitar mariposas de felicidad; me dejaste hueco en el
invierno y vacío en el palacio interior que sirve de asidero para mi alma. Ya
no pude levantarme de la caída del imperio de tu ropa en el umbral de noviembre.
Arrodillaste tus manos en mi cuello, frente a tu templo dedicado a Lilith, y
apretaste gritando te quiero hasta que mi cabeza se deshizo en forma de vendaval.
Aquella tarde afilaste tu orgullo y me robaste el llanto. Por la noche mojé la
almohada de lava. Y hoy me desvivo por llorar a fin de mes. Pero esta mañana,
tras intentarlo observando el retrato de tu fragancia que escondí bajo mi
ombligo, conseguí llorar chinchetas. Y las usé para colgar tu última mirada en
el corcho de mis mejillas, para que Madrid te vea y se muera conmigo dentro;
como un feto al filo de la hambruna.
No conseguí más que
volver a vomitar, pero esta vez pétalos de nubes negras. Y el cielo enmudeció
de lluvia y colmó de truenos al suelo infértil de ti. Ahora, la espada de
Damocles cuelga sobre una rosa marchita sobre mi cabeza. Y tu recuerdo me tiene
entre la tumba y la pared.
Qué pena que las
calles estén sumergidas en chinchetas.
Aarón Toral
Bachillerato
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