Frente a todos los agobios que produce la dinámica de Madrid, contrasta
la paz que encuentro en mi habitación al caer la silenciosa noche. Aunque sea
pequeña y esté abarrotada de trastos (tanto, que a veces parece que ha pasado
por allí un terrible tornado), solo hacen falta dos cosas para convertirla en
el único lugar en el que se puede entrar y buscar en el baúl de los recuerdos.
Únicamente basta con encender esa tenue luz que, sin avivar totalmente la
completa oscuridad, me permite encontrarme conmigo mismo y que ese momento sea
un intento más de dar respuesta a mis preguntas vitales. Además de encender esa
pequeña lámpara, también necesito de la compañía de una suave melodía; es
increíble que a partir de un solo click pueda conocer a los grandes
compositores, con los cuales, a partir de sus magníficas y hermosas piezas, me
embarco en el viaje hacia la búsqueda del mayor tesoro jamás anhelado, y
encontrado solo por unos pocos: el sentido que la existencia lleva consigo. Qué
hermosos son esos momentos de silencio en los que uno llega a los más
recónditos destinos de su corazón y, a su vez, qué tristeza contemplar que
hayamos perdido el acto más íntegro del ser humano después de amar: hemos
olvidado qué es pensar.
Ricardo Muñoz Ruiz-Dana
Bachillerato
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