¿Por qué Pablo me manda un
mensaje a estas horas? -pienso cuando cruzo la cama en busca del móvil. No hay
nada que me guste menos que tener que leer su mensajito a las once de la noche.
“Alba, ¿te gustaría comer conmigo mañana? 23:00”.
Buff, paso de contestarle, y
menos con la mierda de día que he tenido. Qué asco de vida. Pero, tampoco es
plan de pagarlo con él, que no tiene la culpa de nada. De hecho, hoy no me he
acordado de buscarle en el recreo. Igual habría conseguido alegrarme el día,
siempre lo consigue.
Cuando me dispongo a
contestarle; no sé a santo de qué, recuerdo lo que me ha contado Nuria. Me
asegura que ha visto a Pablo tontear con su ex la semana pasada. No hay ser
humano en el mundo al que tenga más asco. Seguro que me ha engañado con ella, y
me invita a comer para pedirme perdón y suplicarme que no le deje. Cambio de
opinión, voy a escribirle el mensaje con más odio que sea posible, me da igual
lo que piense.
Un momento. Pero, ¿cómo se me
ocurre ser tan egocéntrica? No he caído en la posibilidad de que él también
esté cabreado. Igual se ha mosqueado con la foto que he colgado en la que salgo
abrazada a Miguel. Qué bobo que es, si sólo es mi amigo de la infancia. No sé…
Aún sigue en línea. Si de
verdad estuviera cabreado, me habría mandado el mensaje y se habría puesto a
hacer otras cosas, o por lo menos es lo que haría yo. Quiere que conteste, que
diga que sí; y si no contesto, se va a tirar esperando toda la noche, es capaz.
Hizo eso mismo el día que nos conocimos, esperar a que contestara a su “Hola, soy Pablo. ¿Qué tal?” toda la
noche, hasta que conseguí encender mi prehistórico teléfono, ¡a la mañana
siguiente! Cuando le pregunté por qué lo hizo, me dijo que yo le merecía la
pena.
Me doy cuenta de que le quiero
demasiado como para contestarle cualquier barbaridad. Sólo él es capaz de
hacerme sonreír como lo estoy haciendo ahora. Pero la experiencia me ha
demostrado que no puedes fiarte de nadie. No voy a complicarme.
“Vale. 23:01”.
Víctor Ortego
2º Bachillerato
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