Hoy era el día de no cumplir
las normas: levantarse al mediodía, sin prisa para nada, abrir la vieja botella
de “Soberano” que le regaló su padre, hacer el desayuno a fuego lento, incluso coger
ese bizcocho de arándanos de la despensa… Este es el panorama con el que me
encuentro cuando entro en la cocina: a ella frente a los fogones, con mi camisa
favorita y su delantal de los domingos.
-¿Tienes hambre? -me dice, con
esa voz tan alegre y esa sonrisa tan preciosa.
Contesto que sí, colocándome a
modo de cliente de un restaurante en el umbral de la puerta, para ver si ella
me sigue el juego.
-De acuerdo, sígame don
Ernesto -dice mientras hace una leve reverencia y me guía hasta la silla.
No podemos evitar reír, pero
tampoco parar de actuar.
-¿Cómo le va la mañana al
director de la Escuela de Ingenieros Industriales? -me pregunta, a la vez que
me rodea el cuello con sus brazos.
-Si me despiertan así, mejor
imposible -contesto para después darle el beso con el que iniciamos un nuevo
día.
Víctor Ortego
2º Bachillerato
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