Aunque
apenas clareaba y el sol se escondía entre grandes y negras nubes, el joven
caballero sabía que el día acababa de comenzar. Parecía una jornada más en el
eterno regreso a casa, a su anhelado castillo, donde se reencontraría con su
familia tras más de diez meses. Aún recordaba nostálgico cuando abandonó su
hogar para ir en la ayuda de su mejor amigo, el señor del castillo al este del
bosque. El joven recorrió con sus duras manos su frente, notando las cicatrices
que tenía tras meses de guerra, muchas de ellas escondidas bajo su largo pelo
negro como el carbón. Pronto se puso sus guantes de piel de topo para no perder
los dedos, pues ya comenzaba a notar el gélido viento que le acechaba. Fue él
quien tuvo la magnífica idea de acampar sobre la ladera de la montaña helada,
consciente de que se iba a hacer de noche y no era sensato seguir avanzando
hacia el bosque, cuyos peligros eran aún mayores bajo las tinieblas.
Sin
embargo, ni el mismísimo frío ocupaba los pensamientos del joven, absorto en la
nieve, pensando en lo que estaba por venir, porque aquel no era un día
cualquiera. Aquel día se separaría de su fiel amigo, por el que había recibido
tantas cicatrices y demás heridas de guerra y por el que recibiría otras tantas
con tal de mantenerle con vida. Es cierto que el joven era muy reservado y era
difícil verle mostrando, aunque sólo fuera un ápice, algo de sensibilidad, pero
en el fondo estaba apenado por separarse a mitad de camino. Intentando
olvidarlo, cogió su espada y se subió a
su caballo mientras el resto de su hueste se ponía en pie y empezaba a recoger
el campamento. Vio cómo su amigo, el
caballero de las Dos Espadas (llamado así por su famoso blasón) levantaba
su tienda y mandaba a su criado traer los caballos. El caballero de las Dos Espadas era todo lo contrario al joven. Si
el joven era tácito, su amigo era extrovertido, más maduro y mucho más alto.
Emprendieron el viaje a través de la montaña hasta el bosque y pronto ambos
caballeros se encontraron.
-Bonito
día, ¿verdad Sir Landon? -así se llamaba el joven caballero.
-Bonito
día para una despedida, mi señor -contestó.
Sir
Landon sabía que estaba mucho más cerca de su casa que su amigo y señor. El caballero de las Dos Espadas había
perdido su castillo tras un incendio durante un ataque bárbaro, y se dirigía al
sur, en busca de su hermano, quien le recibiría con los brazos abiertos, y le
acogería hasta que lograra reunir un ejército para recuperar sus tierras. Sir
Landon observó con detenimiento el aspecto del caballero, febril y demacrado,
fruto de una guerra que le había arrebatado casi todo cuanto quería, y sabedor
de que pronto dejaría lo único que le quedaba, su amistad con Sir Landon. El
castillo de su hermano se encontraba a más de cien jornadas de la casa de Sir
Landon, e intuía que probablemente fuera la última vez que lo viera. Por su
cabeza pasaban un sinfín de recuerdos inolvidables, aventuras que no se
repetirían jamás. A las puertas del bosque llegó la esperada división.
-Bueno,
supongo que aquí se acaba nuestro camino -dijo el caballero de las Dos Espadas con voz suave.
-Una
despedida me temo -Sir Landon miraba fijamente a su señor-. Adiós, mi señor, mi
hermano de sangre. Tened cuidado en vuestro viaje.
- Oh, no
seas tonto Landon -le contestó con tono afable-. Esto no es un adiós, es sólo
un “hasta luego”.
Y
arreando a sus caballos, Sir Landon marchó hacia el castillo, hacia su hogar.
El caballero de las Dos Espadas lo
contemplaba con una sonrisa, y veía cómo poco a poco Sir Landon se alejaba y su
figura se perdía en la nieve, sabiendo que algún día lo volvería a ver, ya
fuera en esta vida o en la otra.
David Pardillos
2º Bachillerato
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