El declive de la
sociedad occidental se está desarrollando en paralelo a una fuerte crisis de
valores. A menudo, vemos y oímos noticias relatándonos al detalle los problemas
que asolan a Europa, y de forma especial, a España. Escuchamos en la radio cómo
aumenta el número de parados, leemos en el periódico artículos desalentadores
sobre la educación, y contemplamos tristemente en la TV cómo el país se
desmiembra. En definitiva, nuestro mundo tal y como lo conocemos hoy está derrumbándose
poco a poco. Además,
existe una enfermedad que está corroyendo a la sociedad actual de forma
especial, y que no cuenta con espacio alguno en los medios de comunicación.
Esta enfermedad se conoce como la deshumanización del trabajo.
Permitidme que me
explique mejor. Seguro que en vuestra oficina y en vuestro despacho, en vuestro
taller y en vuestras aulas, pululan cientos de personas afectadas por la
deshumanización del trabajo. Gentes que solo trabajan porque desean pagar las
letras del coche, compañeros que laboran más de 8 horas diarias (en algo que no
les gusta) para permitirse unas buenas vacaciones, o que hacen turnos de
guardia con el objetivo de costearse una nueva piscina. Los occidentales ya no
trabajamos para mejorar la sociedad en la que vivimos, ni para dignificarnos
como personas, y esto es una de las bases sobre las que se sustenta la
decadencia. El materialismo se ha adueñado de nuestras vidas y ha logrado que
el empleo no sea ya una fuente de ilusión, sino una fuente de ingresos.
La misma situación se
ha trasladado de manera preocupante a los colegios. Los alumnos no estudian
matemáticas porque amen a Pitágoras, sino porque las matemáticas les
proporcionan sueldos más altos. Las universidades están plagadas de futuros
médicos, abogados o ingenieros sin vocación. Estudiantes que jamás se
deleitarán trabajando, por mucho dinero que ganen y por muchos lujos de los que disfruten.
Muchos se preguntarán cómo se puede solucionar la deshumanización del trabajo. La solución radica,
sin lugar a duda, en educar a los jóvenes en el disfrute de los quehaceres
diarios y potenciar sus habilidades. Respecto a los adultos, ni yo mismo lo
tengo muy claro, quizá si cada uno de nosotros diéramos ejemplo y trabajáramos
con el fin de contribuir a la sociedad, la situación cambiaría radicalmente.
Julio
Romano
1º Bachillerato
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