Simplemente no lo
podía creer. El tiempo y hasta el espacio no parecían reales. Me cuestionaba
hasta mi propia existencia. ¿Realmente podía estar pasando esto? Dudé incluso
de Descartes, que en ese momento se hallaba en una fría habitación de mi
memoria... La circunstancia, los sonidos y las sensaciones eran las mismas.
Podría estar pasando, me dije. Traté de olvidarlo, es demasiado absurdo y tal
vez por eso, más razonable y lógico.
Trato de salir una
vez más de ese monólogo interno, muy interno y ruego a mi imaginación que no se
ponga como el león en una jaula de circo barato. Vuelvo la mirada recobrando el
foco y con la imaginación atada a mi mano, veo tus ojos, tu sonrisa, tu boca y
sé que todo aquello era solo yo, con mis penurias, mis penas en bálsamo de
miedo. Que mi presente lo paso junto a ti cada segundo, que cada hora se
derrocha de una manera diferente si te veo.
Siento calor de forma
inconsciente, humedad, y alcanzo a sofocarme. Noto suaves telas alrededor de mi
cuerpo, de ahí este inmenso calor. Pocos destellos de luz traspasan esa débil
tela de piel que cierran mis ojos y si mi cerebro aún funciona, sé que es de
día. Tengo recuerdos de alguien, lugares, palabras...
Al abrir los ojos, no
muy inmediatamente, diviso la normalidad, el equilibrio y el cantar de las
aves. Si no me equivoco, soñé con ella. Otra vez, de nuevo, sueño con un
futuro, o hasta un presente no muy lejano junto a ella. Tratando de recobrar
cronológicamente esos sucesos, casi indescriptibles, surge de mí un vacío.
Son las siete de la
mañana y tengo colegio a las nueve. Hoy te veré de nuevo y sabrás que hoy te
soñé. Te soñé y volverá a pasar de nuevo. Como ya he escrito tantas veces
antes, dejaré el amor para otro día, te dejaré para otro día.
Fernando
Guédez
Bachillerato
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