Bajo los astros del
cielo Jonás se planteaba centenares de preguntas. Una a una escogía
cuidadosamente sus dudas, las trataba con cariño, las fundía al fuego y
derretía con ellas las turbias nieves urbanas. Las moldeaba conforme a su
parecer y siempre conseguía recrearse en el proceso con una admiración patética
y maníaca. Le fascinaba el susurro con el que las preguntas abrasaban su mente
y los helados tembleques que recorrían su cuerpo al encontrar las respuestas,
porque Jonás siempre hallaba una respuesta para todo.
Una noche deliciosa,
tibia y estrellada, una repentina ráfaga abatió a Jonás. Una maliciosa chispa
relampagueó por un instante en su interior. Y de pronto, Jonás se vio poseído
por una Pregunta incontestable. Durante días la correosa Pregunta envenenó sus
pensamientos, su espíritu y sus acciones, y relegó a Jonás al sopor y al sueño,
agotando todos sus recursos. Moribundo, el héroe derrotado decidió emprender un
viaje del que jamás retornaría. Se prometió a sí mismo no regresar hasta dar
con la Respuesta maldita. Fatigó los eternos desiertos donde el fuego y la sed
bailan danzas mortales. Conversó con los primitivos monstruos de los bosques y
no sucumbió al fastuoso encanto de las sirenas en los mares del sur. Atravesó
los desolados páramos y trató con las monstruosas criaturas que anidan en las
entrañas de la tierra. Hasta tres veces desgarró los calmosos pastos en busca
de la Respuesta, y otras cinco más aspiró los fatídicos hedores que impregnan
las ciénagas. Apagó las llamas del averno con sus suspiros y apuró los mil días
que le brindaba la vida. Dios le concedió una prórroga santamente admirado por
su persistencia. Sorteó numerosos peligros y suscitó la ira de los envidiosos
mortales. En un acto de osadía extrema, Jonás hurgó en los sagrados santuarios
de las tribus salvajes, esas mismas que desconocen el sinuoso camino de la
historia e ignoran la ley ancestral que protege la carne del prójimo de su
semejante. Siguió el rastro espacial de los últimos hombres y encaró el fin de
todo lo humano.
Al fin, bebió locura y
muerte en los verdes océanos de Marte. Y cuando vislumbraba ya la dulce entrada
del Hades, intuyó con toda su fuerza la eterna Respuesta a la Pregunta.
Julio
Romano Cabello
Bachillerato
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