Un pitido insoportable estalló de repente rompiendo el agradable
y pacífico silencio de la
mañana. Era el despertador y
las siete menos cuarto de un jueves. Javier sabía que tenía que levantarse pero
estaba muy cansado. Siempre se acostaba muy tarde y siempre se decía a sí mismo
que ese día se iría a dormir más pronto, pero nunca lo hacía. Se levantó perezosamente
de la cama y poniéndose sus zapatillas de estar por casa, cogió la ropa y se
dirigió a la ducha.
Una vez en ella, la abrió y
justo después de que el agua cayera sobre él, dio un salto hacia atrás. El agua
estaba congelada. Pasado un tiempo lo volvió a intentar y ya se había calentado
el agua. Después de la ducha se vistió, cogió los zapatos y fue al salón. Miró
por la ventana y todavía era de noche.
Cuando se calzó, entró en la cocina para desayunar. Se hizo un café y se lo
tomó acompañado de unas pastas. Al acabar tenía más hambre y no sabía si
tomarse otra pasta o no. Finalmente lo hizo. Después cogió su mochila del
colegio y salió de su casa. El ascensor tardaba más de lo normal y tuvo que
bajar por las escaleras. Ya eran las siete y media pasadas y no sabía si le iba
a dar tiempo a coger el autobús. Mientras bajaba vio a su vecina sujetando la
puerta del ascensor y peleándose con sus hijos para que entraran. Por eso
tardaba tanto, pensó.
Al salir del portal se dirigió
a la parada de autobuses. Todavía no había llegado el bus. Mientras estaba
andando vio cómo se acercaba y tuvo que salir corriendo. A solo unos metros de
la parada, las puertas del autobús se cerraron. Javier pegó unos golpes en la
puerta, pero el conductor ni le miró y se fue alejando. Ahora sabía que
llegaría tarde, todo por culpa de su hambre y de la pasta de café de más.
Pablo Parreño Parajón
Estudiante de Bachillerato
Estudiante de Bachillerato
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