Hace unas semanas falleció el
escritor José Jiménez Lozano. Por su interés y como homenaje reproducimos aquí
una entrevista que le hicimos en Perkeo en el año 2007.
Alcazarén (Valladolid), sábado 19 de mayo de 2007.
El sol se pelea con las nubes. Don José nos recibe con su chaqueta marrón,
camisa azul, mirada astuta y sonrisa sincera. Los libros se desbordan por el
despacho y la luz se filtra entre las blancas cortinas. José Jiménez Lozano es
Premio Cervantes de las Letras 2002. Su vida ha transcurrido entre el
periodismo y la literatura. Brillante y profundo, es autor de
más de cuarenta títulos entre novelas, diarios, poesías, cuentos…
Perkeo- Ante
el panorama actual, cabe la tentación de apartarse de la vida activa, quizá
movidos por el desánimo. ¿Es posible conjugar una vida contemplativa e
intelectual con una vida hacia fuera? ¿Se debe?
José Jiménez
Lozano- Pienso que no se puede dar
una contestación con validez general. Cada quien es cada quien, comenzando por
las aptitudes que se tienen y luego por su visión personal de las cosas. Y
ciertamente será posible para algunos tener una dedicación intelectual o
incluso contemplativa en el sentido más fuerte de la palabra y una vida activa.
Y sobran ejemplos en el pasado, tanto lejano como inmediato. Otros no podrán.
Pero, en todo caso, no veo que en este plano de cosas exista una obligación en
ningún sentido, salvo si nos ponemos a hacer hipótesis y llegamos a un caso
singular en unas circunstancias igualmente singulares. Como cuando hasta
Spinoza quiso ir a manifestarse públicamente contra la bruticie política, los
que él creía ultimi barbarorum. Su
patrona se lo impidió, afortunadamente…
P- Hoy en día se corre
mucho, especialmente en las grandes ciudades, y se tiende a la superficialidad.
¿Cómo ser capaz de escuchar el hablar de las cosas al que se refería Rilke, el
hablar de los árboles, de los pájaros, de la Naturaleza?
J.J.L.- Siempre se ha corrido mucho en las ciudades pasadas, y
en los pueblos, y también se sigue corriendo mucho ahora, aunque no se vaya a
ningún sitio. Pero, desde luego, siempre se ha tendido, se tiende y se tenderá
a la superficialidad. La mayor desgracia del hombre, decía Pascal, es que no se
atreve a quedarse a solas en su cámara, lo que quiere es dis-traerse de
tener que pensar en la naturaleza trunca de su vida. Todos. Y de los reyes, dice
también con igual realismo que serían los seres más miserables de la tierra si
no vivieran en medio de dis-tracciones,
desde la política a las fiestas.
Otro asunto es ese de sentirse acompañado por la
Naturaleza, pero no lo pondría yo en relación con la superficialidad. Un
espíritu más profundo ve y entiende todo más profundamente que un espíritu
superficial; pero luego están también las circunstancias y los dones personales,
y un don es la capacidad de acercarse a la Naturaleza y los seres vivos. Pero es claro que a un paisaje, a un pájaro,
a un árbol, y a las cosas en general les ocurre lo que a las viejas posadas
españolas, que disponían de lo que llevara el viajero, y aquéllos nos dirán lo
que llevemos dentro. Un cestillo con unos limones a Zurbarán le dijeron muchas
cosas y él nos lo dijo en su pintura; y a cada cual dirán lo suyo, o nada. Pero
nunca sabremos lo que dicen a gente que ni escribe ni comenta con palabras, pero
a veces se queda uno más que sorprendido si se entera. Y claro está que sin
duda se trata de un espíritu más profundo.
P.- ¿Cómo conseguir, de
acuerdo con la parábola de Kierkegaard, no convertirse en una oca de corral?
J.J.L.- Se refiere usted, sin duda, a la parábola de las ocas
salvajes que quisieron enseñar a las ocas domésticas, bajaron para ello al
corral donde aquéllas estaban y allí se quedaron, se supone que porque tenían
el pienso asegurado y la vida cómoda. La receta es no bajar al corral, sino
hacer saber a las ocas domésticas que pueden volar, pero que, si quieren
hacerlo, tendrán que salir del corral y aprender, advirtiéndolas, a la vez, que
el pienso no es seguro. Lo de bajar al corral está siempre muy expuesto a
quedarse en él.
P.- ¿Está Europa en un
fin de ciclo? Si es así, ¿cuáles son los síntomas? ¿Se puede reconstruir un
futuro a partir de los escombros de la modernidad?
J.J.L.- Podemos decir que es el fin de una cultura por
fascinación hacia el suicidio; esto es, por la liquidación a conciencia de la
cultura heredada que se reniega, por cansancio y por aquel sentimiento de
aventura de quienes, como lo tienen todo, se aburren, que era lo que extrañaba
a un rey bárbaro, Teodorico, que decía que los romanos idiotas querían ser bárbaros,
pero que los bárbaros listos querían ser romanos.
La última vez que Europa se enfrentó a un desafío y
luchó, aunque de mala gana, fue contra Hitler; pero ahí tiene usted instalado a
este señor, ya que instaladas están ahora la eugenesia, la eutanasia y otras
mil manipulaciones sobre la vida y la muerte que le hubieran encantado. Y hasta
con toda honorabilidad intelectual.
Así que lo que pasa es que el fin de la vieja cultura es
el fin de la cultura, sencillamente. Al paso que vamos, en una hipotética
restauración de la razón y de la sociedad humana, se va a tener que comenzar
hasta por la restauración también del tabú del incesto y del asesinato.
La famosa modernidad es pensamiento hasta hace poco débil
y creo que ahora dicen líquido, y para construir no es material muy compacto,
me parece. En realidad sólo es un disolvente, y en ése es en el que cultura y
civilización están liquidándose.
P.- ¿Qué ha pintado
España y qué pinta en el panorama del pensamiento universal?
J.J.L.- Entiendo que no habla concretamente de filosofía. La
cultura tradicional española fue y es algo muy importante en el mundo entero.
Otro asunto es que en el mundo moderno y actual sean muy diferentes las cosas,
y todo es como si hubiésemos decidido no sólo que “inventen ellos”, que decía
Unamuno, sino incluso en este plano de cosas. Pero también seguimos siendo un
poco catetillos, que se quedan con la boca abierta ante un nombre y una obra en lengua ajena, si es que no
hemos renunciado incluso a la lengua.
Pero en el mundo de la cultura, incluidos el mundo del
pensamiento y de la ciencia, hay gentes españolas que tienen su solidez y
cuentan. Otra cosa es que no suenen ni resuenen, o no sean monumentos públicos
ni espectáculos que salen en los periódicos y en la televisión. Y otra cosa es
también que es una minoría, que, para los españoles, es como si no existiera, y
que nuestro nivel cultural general sea tan enteco y triste.
P.- ¿Escribe a
pesar de o porque es cristiano, como
decía Flannery O'Connor? ¿Existe una literatura cristiana, unos escritores
cristianos, una intelectualidad cristiana?
J.J.L.- Vamos por partes. Mis amigos de Port-Royal contestarían
que escribir o pintar son cosas de mundo, y que incluso pertenecen al “uso delicioso y criminal del mundo”, e
hicieron amargas cuentas con los faiseurs des romans, cuando riñeron con
Racine, que era de la Casa. Y hay aquí una verdad esencial: esto de escribir no
tiene que ver nada con la fe cristiana, como de la pintura misma dijo el Papa
Gregorio I cuando se la quiso hacer religiosa como en Oriente. Y en Occidente
no hay pintura religiosa, sino pintura de asunto religioso, que no es lo mismo.
Porque pintar, como escribir, es asunto mundano, y no comenzó desde luego con
el cristianismo.
En primer lugar, pues, hay literatura de asunto
cristiano. En segundo lugar, claro que hay literatura cristiana: hay literatura
hecha por cristianos, y hay una temática e incluso planteamientos teológicos
cristianos, o una simbología cristiana, en obras literarias hechas por no
cristianos; y, en este sentido y sin ir más allá, el pasado año, por ejemplo,
se ha traducido entre nosotros Hogueras
en la llanura de Shohei Ooka, que, por cierto, prologué yo mismo. En tercer
lugar, naturalmente que ser cristiano, como no serlo, implica una mirada distinta
sobre el mundo, y que eso se nota. Y así, por ejemplo, no hay que andar
haciendo muchas averiguaciones críticas, o plantearse los gratuitos problemas
del señor Harold Bloom acerca de lo que puede significar que en Shakespeare no
haya una explicitación de tipo religioso, o andar buscando la denominación
religiosa de Shakespeare, que ciertamente nos lleva a la conclusión de que
pertenecía a una familia de recusantes de la Reforma en Inglaterra; lo
que es claro es que su ojo y su sentir son papistas, con sólo comprobar
cuánto ama la belleza del mundo.
Por lo demás, decir que un escritor es católico o
cristiano es un equívoco. Mauriac decía divertidamente: “No hay escritores católicos, ¡si lo sabré yo
que soy uno de ellos!”, y, aun así, no faltó, en su caso como en el caso
de Graham Greene, quien les negase la condición de católicos perfectamente
ortodoxos, y no la de escritores, desde luego.
Otro asunto es que para Flannery O´Connor su oficio de
escritora resultara ligado a su fe. Es un asunto personal, como Bernanos mismo
tenía una cierta conciencia de vocación y misión cristianas.
Por lo demás, en la Europa de entreguerras y de después
de la Segunda Guerra Mundial, el catolicismo tuvo una honorabilidad intelectual
y cultural muy altas, pero en España nunca se dio esto, y ahora el adjetivo de
cristiano o católico es sólo una estrella amarilla. Y en cuanto a lo de intelectual católico le diría que quizás
ya hay demasiados de los otros –le Partí
Intellectuel que decía Pèguy, como para añadir más.
P.- Ha citado a Du Gard
para decir que “andar en literaturas” es “como entrar en religión” y que “lo
demás es jugar a las canicas, que, aunque sean de marfil, canicas son”. ¿Cuáles
son las exigencias de la vocación de “escribidor”?
J.J.L.- Lo que Martín du Gard decía con ese símil es simplemente
que escribir es que el narrador debía desprenderse de su yo, y tener la
humildad de quien entra en religión, porque, si no, lo más probable es que haya
escritura-olimpismos pero no
narración ni escritura literaria.
P.- Aunque suene a
entrevista al uso: díganos algunos referentes inexcusables para estos tiempos
de mediocridad intelectual y literaria.
J.J.L.- Tenemos unos varios miles de años de escritura detrás de
nosotros, y Gadamer decía que bastaba con leer libros de hace dos mil años;
aunque, por mi parte, yo rebajaría el plazo e incluiría también los libros de
los amigos. Y, desde luego, sean como sean los tiempos, pienso que es bastante
voluntarista tanto el pensar que el presente es una decadencia y mediocridad, y
la plenitud estuvo en el pasado, como pensar que ésta está en el presente y en
el futuro. Lo que ocurre es que en el único lugar en que podemos apoyarnos es
el pasado, que nos ofrece los ojos de los muertos para ver mejor, como diría la
madre de Pirandello en un maravilloso cuento. Y ahí, una historia bíblica, una
lauda romana, un poemilla chino o japonés, un texto de cual otra clase, de hace
miles de años, o de anteayer, pueden iluminarnos de por vida. Y hay donde
escoger, desde luego. Cada cual se hace su familia espiritual, y por eso hay
que conocer gente, y desde luego también fuera del círculo de los que se
pregonan.
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