miércoles, 23 de septiembre de 2020

La luna y otros placeres


Es la luna y no otra la que nos vigila por la noche. El Sol, cansado ya de trabajar constantemente, decidió que durante medio día él se iría a dormir. Pero necesitaba a alguien en quien pudiera confiar para hacer su trabajo. Propuso un concurso para que se mostraran los distintos suplentes que querían el trabajo. Él haría de jurado junto a Gea, porque ella quería decidir quién la alumbraría.

Primero se mostró Marte, jactándose de que aparte de su bonito color rojizo, era en la Tierra dios de la guerra, uno de los actos más majestuosos del mundo. Luego apareció Venus, la diosa del amor. Repitiendo el argumento del concursante anterior, dijo que el amor es lo más importante de todo y que se merecía el puesto del concurso.

 

De repente, todo el mundo se arrodilló. Llegó el gran Júpiter, tan jactancioso como siempre, engrandeciéndose a sí mismo. Se presentó ante el Sol, llamándole por su nombre antiguo:

 

—Helios, Helios… ¿cómo no has pensado en el rey de los dioses para suplantarte? Yo, el dios más grande, protegeré a la Tierra siempre, de noche y de día, con todas mis fuerzas. Déjate de tonterías, sabes que soy el mejor.

 

En efecto, Helios en ese momento sabía que Júpiter era el mejor candidato. Pero pensó que, si su poder y su grandeza se expandían, acabaría quitándole el puesto. Gea tampoco estaba demasiado convencida de que su nieto le fuese a proteger muy bien. Era solo otro intento de hacerse con todo el poder.

 

Fue el mismísimo padre de Júpiter el que se presentó después: Saturno se había escapado de su prisión eterna para acudir al concurso.

 

—Helios, sabes que te aprecio mucho. Eres el dios más grande, más bonito, más perfecto de todos. Y yo, ahora humilde servidor tuyo, quiero proteger a tu querida Tierra con mis anillos. Son tan poderosos que pararán cualquier golpe.

 

Todo el cielo estaba sumido en un caos terrible, con los dioses discutiendo entre ellos. Aprovechando este momento se coló Mercurio y se acercó sigilosamente al Sol.

 

—Sol, yo juro que protegeré a Gea con mi vida. Soy el más rápido y obediente, por lo que estaré siempre a tu disposición y cuidaré a la Tierra como si fuese mía.

 

Desgraciadamente para el dios mensajero, Júpiter se giró y le pilló con las manos en la masa.

 

—¡Siervo condenado! ¡Te doy todo lo que tengo para que trabajes para mí y ahora me traicionas, intentando hacerte con mi futuro puesto! Tomo al resto de dioses como testigos de que vas a estar en el peor lugar de todos, porque yo te obligo.

 

Y otra vez el cielo se convirtió en un hervidero. Todo el mundo gritando y peleándose con los demás. Plutón se intentó colar, pero siendo el dios del inframundo y la muerte, Helios decidió que sería el planeta más alejado de Gea.

 

Llegaron entonces Urano y Neptuno, los dos juntos. Urano había permitido que la discusión se hiciese en su reino, pero no quería saber nada del concurso. Solo había ido a vigilar, e hizo bien. Cuando vio que Plutón estaba en su reino, lo cual tenía prohibido, le dio una buena paliza. De tal cantidad de golpes que le propinó, lo hizo más pequeño, convirtiéndolo en un planeta mucho más enano. Desde entonces Urano maldijo al dios de la muerte, diciéndole que nunca más estaría al nivel de los otros: le quitaría el poder de planeta.

 

Pero Neptuno sí que tenía intención de ganar el puesto. Le ofreció al Sol que él podía mantener la Tierra con agua. Empezó a verter agua sobre el planeta y de no ser por la intervención de Helios, Gea acabaría ahogada por culpa de Neptuno. Fue esta la razón para alejarlo de la Tierra; no tanto como a Plutón, pero sí lo suficiente.

 

Justo antes de tomar la decisión apareció Luna, muy tímida. Helios le preguntó qué podía hacer. Entonces bajó a la Tierra y alumbró la noche para dos jóvenes enamorados. Con el apoyo de la diosa, los dos jóvenes sucumbieron al placer. Todo el mundo esa noche miró al cielo para observar el bonito planeta que les daba luz. Los enamorados alrededor del mundo pensaron en su pareja viendo ese precioso círculo de plata. La Tierra entera cayó en un momento de tranquilidad. Esa noche solo hubo amor.

 

Cuando ascendió al cielo otra vez para encontrarse con el jurado y los participantes, todos estaban boquiabiertos. Helios había encontrado por fin al dios correcto para vigilar por las noches.

 

Procedieron entonces con el reparto de posiciones: Mercurio acabó justo al lado del Sol, muriéndose de calor, por obligación de Júpiter. Gea quedó tan asombrada con la Luna que la quiso a su lado para siempre y la abrazó. Desde entonces ella siempre está dando vueltas alrededor de la Tierra, pululando cerca de ella para protegerla constantemente. Venus, el amor, y Marte, la guerra y el poder, rodearon a la Tierra, siendo las dos máximas que dividen y rigen nuestro mundo. Júpiter se quedó cerca, protegiendo a la Tierra como prometió, atrayendo hacia él todos los peligros. Su padre, Saturno, se quedaba una vez más por detrás de su hijo e intentaba parar todo lo que se le escapaba a Júpiter, consiguiendo una defensa prácticamente perfecta contra peligros exteriores. Detrás de ellos se sitúan Urano, colocado ahí al azar, sin importancia; y Neptuno, el más lejano junto con Plutón, para que no hagan daño a Gea.

 

El cariño que tenía Gea a Luna sigue todavía en pie. De hecho, la Luna une a muchas personas, enamorados que están separados de sus amantes, que se esperanzan pensando que su amado está viendo la misma luna que ellos. Luna placentera, objeto de los poemas más bellos, nos une a todos. Porque, ¿quién odia a la Luna? Solo los dioses, porque ha superado a todos y se ha quedado en los corazones de la gente, siendo la más brillante en el cielo estrellado, superando a los que son simplemente reflejos de su grandeza.

 

Qué haríamos sin ti, Luna.

 

Alberto Nieto Zuya

Estudiante de Bachillerato




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