Es la luna y no otra la que nos vigila por la noche. El Sol, cansado ya de trabajar constantemente, decidió que durante medio día él se iría a dormir. Pero necesitaba a alguien en quien pudiera confiar para hacer su trabajo. Propuso un concurso para que se mostraran los distintos suplentes que querían el trabajo. Él haría de jurado junto a Gea, porque ella quería decidir quién la alumbraría.
Primero
se mostró Marte, jactándose de que aparte de su bonito color rojizo, era en la
Tierra dios de la guerra, uno de los actos más majestuosos del mundo. Luego
apareció Venus, la diosa del amor. Repitiendo el argumento del concursante
anterior, dijo que el amor es lo más importante de todo y que se merecía el
puesto del concurso.
De
repente, todo el mundo se arrodilló. Llegó el gran Júpiter, tan jactancioso
como siempre, engrandeciéndose a sí mismo. Se presentó ante el Sol, llamándole
por su nombre antiguo:
—Helios,
Helios… ¿cómo no has pensado en el rey de los dioses para suplantarte? Yo, el
dios más grande, protegeré a la Tierra siempre, de noche y de día, con todas
mis fuerzas. Déjate de tonterías, sabes que soy el mejor.
En
efecto, Helios en ese momento sabía que Júpiter era el mejor candidato. Pero
pensó que, si su poder y su grandeza se expandían, acabaría quitándole el
puesto. Gea tampoco estaba demasiado convencida de que su nieto le fuese a
proteger muy bien. Era solo otro intento de hacerse con todo el poder.
Fue
el mismísimo padre de Júpiter el que se presentó después: Saturno se había
escapado de su prisión eterna para acudir al concurso.
—Helios,
sabes que te aprecio mucho. Eres el dios más grande, más bonito, más perfecto
de todos. Y yo, ahora humilde servidor tuyo, quiero proteger a tu querida
Tierra con mis anillos. Son tan poderosos que pararán cualquier golpe.
Todo
el cielo estaba sumido en un caos terrible, con los dioses discutiendo entre
ellos. Aprovechando este momento se coló Mercurio y se acercó sigilosamente al
Sol.
—Sol,
yo juro que protegeré a Gea con mi vida. Soy el más rápido y obediente, por lo
que estaré siempre a tu disposición y cuidaré a la Tierra como si fuese mía.
Desgraciadamente
para el dios mensajero, Júpiter se giró y le pilló con las manos en la masa.
—¡Siervo
condenado! ¡Te doy todo lo que tengo para que trabajes para mí y ahora me
traicionas, intentando hacerte con mi futuro puesto! Tomo al resto de dioses
como testigos de que vas a estar en el peor lugar de todos, porque yo te
obligo.
Y
otra vez el cielo se convirtió en un hervidero. Todo el mundo gritando y
peleándose con los demás. Plutón se intentó colar, pero siendo el dios del
inframundo y la muerte, Helios decidió que sería el planeta más alejado de Gea.
Llegaron
entonces Urano y Neptuno, los dos juntos. Urano había permitido que la
discusión se hiciese en su reino, pero no quería saber nada del concurso. Solo
había ido a vigilar, e hizo bien. Cuando vio que Plutón estaba en su reino, lo
cual tenía prohibido, le dio una buena paliza. De tal cantidad de golpes que le
propinó, lo hizo más pequeño, convirtiéndolo en un planeta mucho más enano.
Desde entonces Urano maldijo al dios de la muerte, diciéndole que nunca más
estaría al nivel de los otros: le quitaría el poder de planeta.
Pero
Neptuno sí que tenía intención de ganar el puesto. Le ofreció al Sol que él
podía mantener la Tierra con agua. Empezó a verter agua sobre el planeta y de
no ser por la intervención de Helios, Gea acabaría ahogada por culpa de
Neptuno. Fue esta la razón para alejarlo de la Tierra; no tanto como a Plutón,
pero sí lo suficiente.
Justo
antes de tomar la decisión apareció Luna, muy tímida. Helios le preguntó qué podía
hacer. Entonces bajó a la Tierra y alumbró la noche para dos jóvenes
enamorados. Con el apoyo de la diosa, los dos jóvenes sucumbieron al placer.
Todo el mundo esa noche miró al cielo para observar el bonito planeta que les
daba luz. Los enamorados alrededor del mundo pensaron en su pareja viendo ese
precioso círculo de plata. La Tierra entera cayó en un momento de tranquilidad.
Esa noche solo hubo amor.
Cuando
ascendió al cielo otra vez para encontrarse con el jurado y los participantes,
todos estaban boquiabiertos. Helios había encontrado por fin al dios correcto
para vigilar por las noches.
Procedieron
entonces con el reparto de posiciones: Mercurio acabó justo al lado del Sol,
muriéndose de calor, por obligación de Júpiter. Gea quedó tan asombrada con la
Luna que la quiso a su lado para siempre y la abrazó. Desde entonces ella
siempre está dando vueltas alrededor de la Tierra, pululando cerca de ella para
protegerla constantemente. Venus, el amor, y Marte, la guerra y el poder,
rodearon a la Tierra, siendo las dos máximas que dividen y rigen nuestro mundo.
Júpiter se quedó cerca, protegiendo a la Tierra como prometió, atrayendo hacia
él todos los peligros. Su padre, Saturno, se quedaba una vez más por detrás de
su hijo e intentaba parar todo lo que se le escapaba a Júpiter, consiguiendo
una defensa prácticamente perfecta contra peligros exteriores. Detrás de ellos
se sitúan Urano, colocado ahí al azar, sin importancia; y Neptuno, el más
lejano junto con Plutón, para que no hagan daño a Gea.
El
cariño que tenía Gea a Luna sigue todavía en pie. De hecho, la Luna une a
muchas personas, enamorados que están separados de sus amantes, que se
esperanzan pensando que su amado está viendo la misma luna que ellos. Luna
placentera, objeto de los poemas más bellos, nos une a todos. Porque, ¿quién
odia a la Luna? Solo los dioses, porque ha superado a todos y se ha quedado en
los corazones de la gente, siendo la más brillante en el cielo estrellado,
superando a los que son simplemente reflejos de su grandeza.
Qué
haríamos sin ti, Luna.
Alberto Nieto Zuya
Estudiante
de Bachillerato
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