Caerán sobre mi piel
gotas de tinta, elaboradas con recuerdos de mi pasado. Recuerdos que se quieren
y se plasmarán en mi cuerpo, dejando una marca en su camino. La mayoría, por no
decir todas, tratarán de amargos recuerdos: pérdidas, caídas, lecciones… Marcas
en mi vida que me golpearon con fuerza y cambiaron mi maquinaria. Los
engranajes de mi mente, que se volvieron tercos y pesados, me hacen bajar la
cabeza más de una vez al día. Miro al suelo, donde me veo reflejado con la
imagen borrosa en un charco de lágrimas grises y negras. Cada gota de tinta que
aparezca en mi cuerpo traerá consigo una historia, un porqué de querer
aferrarse a mí.
La primera de ellas
se instalará en mi antebrazo izquierdo. Pergamino antiguo. Sobre éste habrá una
frase sellada a fuego: “Siempre escuchas el sonido de mi voz”. Me recordará que
siempre estás ahí, machacándome, mi querida conciencia. Tú, que me avisas de lo
malo y hago oídos sordos. Que me avisas de lo bueno y no te hago ni caso. Te
desesperas conmigo, me susurras, me gritas, te mueves y me agitas los
pensamientos, que a veces están de fiesta y, otras, despistados con cualquier
sueño. En algunos casos terminas odiándome y me dejas de lado, pero en seguida
vuelves, para aconsejarme una vez más en esto de la vida.
Otra gota de tinta
caerá en mi hombro izquierdo. Una rosa negra, marginada de los rosales
convencionales que envidian su belleza. Buscaba el calor de alguien para poder
sobrevivir. Me vio caminando un día y desde entonces me ha estado buscando por
rincones y callejuelas, donde solía observarme llorando frente a un espejo
roto, tirado en el suelo. Es diferente a las de su familia, a las de su propia
casa. Igual que yo. Me hará ver que la diferencia no es mala, sino curiosa.
Puede tener un mal aspecto, ser del color al que no estamos acostumbrados a
ver. Pero es hermosa. La rosa más bonita que habré visto en mi vida.
La tercera gota se
asentará en mi pecho, justo encima de mi corazón. Será rabia, furia, un símbolo
de una bestia. Mi bestia interior. Esa bestia que tenemos todos, gobernadora de
nuestras pasiones, ambiciones, miedos, rabias… Cuando se la molesta puede hacer
mucho daño a la gente que la rodea. Sin embargo, si se la trata bien y se la
respeta, puede verse en sus ojos algún ápice de amor o algún rastro de amor
perdido.
En mi gemelo derecho
aparecerá otra gota. Un lobo. Lobo que aúlla a la Luna tras una partida de caza
persiguiendo musas para mis cuadernos. Lobo solitario que necesita grandes
tierras donde poder estar tranquilo, al igual que el cuarto de un poeta, un
narrador o un compositor. A veces el mejor remedio que tenemos para curarnos de
nuestras heridas es la soledad, donde podemos pensar con paciencia aquellas
situaciones que inquietan nuestro interior. Aquellas que realmente nos agitan
el alma y nos sacan a nosotros mismos tal y como somos al exterior.
La quinta gota
llegará la última, al igual que su significado: la muerte. Una calavera que
yacerá en mi hombro derecho. Pero no una calavera blanquecina, fría y estremecedora.
Será una calavera adornada, colorida, con una pequeña sonrisa de alegría en sus
mandíbulas. La muerte puede no parecer bonita. No pretendo pintarla así. Pero,
¿por qué temer a la muerte? Después de todo es ella quien nos libra de las
penas de este mundo. Nos libra del dolor, nos aleja de las barbaridades del
hombre. Aunque también nos aleja de nuestros seres queridos. Pero de una forma
u otra seguimos anclados a esas almas, escuchando sus consejos en el silencio
de una noche, o despidiéndose en sueños de aquellos que no tuvieron la
oportunidad de hacerlo mientras morían. De todas formas lo peor que le puede
suceder es que se conviertan en ángeles, que nos ven y velan por nosotros.
Siempre nos preguntamos el porqué de las cosas y no vemos que son ellos los que
desatan esos lazos que tanto adoramos y que, por delante, nos están preparando
una sorpresa todavía mayor que la que nos dieron anteriormente.
Nacho
Sanz
1º Bachillerato
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