El niño observó los
ojos de la bestia.
La bestia observó los
ojos del niño.
Durante un breve
momento un nuevo mundo fue creado. Un mundo en el que solo existían dos seres,
un mundo único formado por un humano y un tigre. No había depredador o presa.
Por no existir, no había espacio o tiempo. Era un mundo formado por dos
existencias, ajenas entre ellas, desconocidas la una a la otra, en el que solo
existía curiosidad.
Ese mundo, ese tiempo
imaginario, fue destruido abruptamente por el chillido de una madre aterrada al
descubrir un colosal felino ante su preciado hijo. Segundos después, el caos se
desató.
Gritos, rugidos.
Llanto.
El estruendo alertó a
toda la aldea. Los hombres se apresuraron al lugar donde se hallaba la mujer. No
habían pasado ni un par de minutos, pero ya era tarde. La escena les
sobrecogió.
Allí estaba el niño,
llorando, observando la selva atemorizado. Tenía la mirada perdida y un horror
profundo podía vislumbrarse en sus pupilas. Había girones de ropa destrozada y
restos de piel y sangre por todas partes, algunos sobre el pequeño, pero no
había rastro de la madre.
-¡El demonio! -gritó
uno de los hombres más jóvenes-. ¡Ha vuelto el demonio!
Tras escuchar estas
palabras que ninguno de los más experimentados se había atrevido a pronunciar,
por temor, el resto de hombres miró hacia el suelo con una expresión extraña en
sus rostros. Recuerdos dolorosos habían resurgido en sus mentes, recuerdos que
querían olvidar y casi lo habían conseguido.
-Ya os lo dije
-advirtió otro de los hombres-. Ese niño está maldito. Hace cinco años fue su
abuelo. Hace cuatro años, su padre. Y ahora…
-¡Cállate! -interrumpió
un hombre robusto-. Mi sobrino no tiene culpa de nada. Solo tiene seis años,
¿cómo podría ser culpable de este desastre? Además, no solo mi familia ha
sufrido pérdidas. Prácticamente todos aquí enterramos a alguien por culpa del
demonio. A algunos ni siquiera hemos tenido el lujo de darles descanso.
El hombre dejo de
hablar, se acercó al chico y lo abrazó con fuerza. Momentos después el niño
dejó de llorar y, probablemente debido al shock y al agotamiento mental, perdió
la consciencia. El hombre robusto, su tío, aflojó su abrazo. Era consciente de
que el pequeño no volvería a ser el mismo.
-Perdóname -susurró
al chico que descansaba en sus brazos-, pensé que estaba muerto. Todos nosotros
pensábamos que estaba muerto. Fue nuestra culpa.
Él se levantó.
-Preparad a los hombres -dijo en tono
autoritario. Una expresión de ira extrema se mostraba en su rostro-. Nos vamos
de caza. ¡Es hora de mandar a ese demonio al inframundo!
-¡¡¡Uohohoho!!!
El resto de hombres
empezó a gritar, cada vez más alto. Tras los gritos de éxtasis, clamaron
maldiciones.
-Padre,
hermano, cuñada -pensó
mirando hacia la selva-. Es hora de la
venganza.
Fernando García Caraballo
Ciclo
Formativo de Grado Medio
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