Uno de los últimos
días de septiembre dos profesores paseaban por los jardines de su colegio
mientras observaban el particular desfile otoñal que brindaban los árboles a la
naturaleza. Los maestros admiraban los destellos rojos de los robles, se
enorgullecían del solemne y eterno verdor de los pinos y alababan el revoloteo,
similar a un suspiro, de las hojas caídas. Sin embargo, entre aquel extinto
paraíso los profesores detuvieron sus ojos en un árbol que, melancólico y
solitario, les regalaba su extraordinaria belleza.
Luis, que así se
llamaba uno de los docentes, le dijo a su acompañante:
-Fíjate,
Ramón, en ese fresno. Reviste con sus coloridas hojas nuestras vidas, acapara
los sentimientos y nos advierte, nos advierte de la llegada del invierno.
Resulta un árbol curioso.
Ramón, profesor de
matemáticas, apuntó con una aguda y escéptica sonrisa:
-Es
un árbol sin más.
Luis se volvió
sorprendido hacia él y le miró fijamente. Luego, con paciencia, comenzó a
explicar:
-El
fresno se rodea de una aureola especial. En un sacrificio muy singular se
desnuda y queda expuesto a las inclemencias de la nieve y el viento únicamente
para anunciar: ¡cuidado, que viene la fría estación del invierno!
Ramón escuchaba con
gesto displicente y soberbio. Aunque no quería reconocerlo, aquel fresno le
atraía de una manera extraña y era incapaz de despegar su mirada de él. Luis
continuaba hablando.
-Las
hojas amarillas provienen del gesto altruista del fresno. Y de esa manera, en
sus últimos días, a este árbol le circula una atmósfera bella y sobrenatural.
-Igual
que a las personas -murmuró Ramón, que no había logrado soportar la atracción
que sobre él ejercían el fresno, el otoño y las palabras de Luis.
-¿Qué
dices? -preguntó el otro.
-Nada,
nada -susurró Ramón en un tono casi inaudible.
Ambos
profesores permanecieron contemplando el fresno, casi extasiados. Luis
interrumpió el silencio:
-Pero
no te preocupes amigo, volverá alegre la primavera. El fresno lucirá de nuevo
la juventud y la belleza que ahora pierde. Sí, retornarán los cantos y el
humilde sacrificio de este árbol se verá recompensado.
Dicho esto, Ramón y
Luis se fijaron por última vez en el fresno y, tras un momento de vacilación, regresaron a clase.
Julio
Romano
1º Bachillerato
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