Traducción Teodoro Manrique Antón, Ediciones Encuentro, Madrid, 2015.
Adviento en la montaña es la primera obra del islandés Gunnar
Gunnarsson que se traduce al español. Fue publicada originalmente en Alemania
en 1936, país en el que, junto con Estados Unidos, goza de gran popularidad; al
año siguiente apareció en danés, y en la lengua natal del autor en 1939.
La historia es bien
sencilla. Un pastor, Benedikt, acomete su tradicional aventura, que comienza el
primer domingo de Adviento, para salvar de la nieve a las ovejas extraviadas y
que están destinadas a una muerte segura en el invierno que comienza. Acompañado
tan solo de su fiel perro y un carnero manso, se adentra en las heladas
montañas del noroeste de Islandia.
El lector
desprevenido esperaría encontrar un relato típico de esfuerzo y lucha contra
una naturaleza extrema, con un protagonista que resuelve las dificultades
gracias a su fortaleza y experiencia… No es un relato de aventuras, sino un
viaje interior, en íntima armonía con la creación.
Desde las primeras
líneas, Gunnarsson se hace con el lector. Sencillamente, le hace presenciar lo
que está sucediendo. Sobra describir a los personajes: realmente se ven en sus
actos, en sus palabras, siempre breves. En cambio, no tiene reparos en
presentar ampliamente la naturaleza helada y las cambiantes tonalidades de la
luz fría del invierno, los pasos altos y los collados batidos por la ventisca y
las tormentas que sepultan la luz del escaso sol del invierno islandés.
La naturaleza es un
personaje más, un ser vivo con el que Benedikt se relaciona verdaderamente. Es
uno de los grandes aciertos del relato: la defensa de la naturaleza desde el
amor por la tierra, sin discursos, desde la felicidad del que ha encontrado su
sitio. “Sintió una paz plena, una certidumbre que se extendía hasta lo más
íntimo de su alma, que todo lo abarcaba, una paz infalible. Al fin había llegado
a su rincón predilecto”.
En todo el relato
late una intención poderosa: el sentido de la encarnación. En esta nuestra
época tan racionalista, donde lo objetivo exterior, no es fuente de
conocimiento, Gunnarsson nos regala un relato donde lo real -vecinos, el perro
fiel, las montañas, un buen abrigo, la luz del amanecer…- da felicidad.
Transparentan esa sencilla dicha los personajes que viven en armonía con la
naturaleza, no así los interesados y egoístas. Aquellos traslucen una vida en
paz: el sosiego de la verdad.
Quizá se puede
destacar, por último, el sentido trascendente, en absoluto moralista o
esquemático. También aquí esa verdad en la relación con un Dios cercano y
personal, aporta grandeza al relato. Aparece aquí el sentido de la vida como misión,
sin razonamientos teológicos, sino fruto de la experiencia, por lo que se
revela como misterio. Benedikt no afirma, se pregunta: “¿No está ahí el enigma,
en el hecho de que la fuerza creadora viene de dentro, de la negación de uno
mismo, y en el de que toda vida que no es sacrificio no es más que una forma de
injusticia que nos aboca la destrucción?”.
Francisco
Andrés del Pozo
Licenciado
en Filología Hispánica
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