Qué insolente es mi
deseo de alimentarme a besos.
Qué valientes son mis
pasos. Pero qué cobardes, porque son para retroceder.
Qué impertinente es mi
banda sonora que a cada instante cambia de canción.
Qué pedante es mi
lenguaje romántico. Y qué vulgar cuando abro la boca.
Qué ignorante es mi
inteligencia.
Qué insustanciales son
mis intentos de hacerme entender.
Qué pesimista es mi
mentalidad. Y qué positiva cuando me ilusiono en vano.
Qué adicta a
equivocarse es mi forma de ser. Y qué contradictoria.
Qué incomprendido me
siento.
Qué sucia es mi pureza.
Qué imprudentes mis
hormonas.
Qué capciosas son las
cuestiones que nadan en las lagunas de mi mente.
Qué revolucionario me
creo en ocasiones y qué equivocado estoy.
Qué cobarde parezco al
llorar lágrimas de dolor.
Qué importante aparento
ser. Qué ridículo.
Qué pequeño soy en
realidad.
Qué idiota es mi
corazón que se enamora fácilmente de corazones imposibles. Que se tira del tren
de la razón para caer en el campo del amor y finalmente romperse la boca con la
discordia.
Hay tantas cosas que me
indignan y aún no he mencionado.
Qué nefasta es esta
edad. Pero qué hermosa.
Qué importante. ¿La
estás viendo? Una vez que decida marchar no volverá. Quedará en el anhelo.
Una edad de emociones y
vivencias. Llena de colisiones mentales, de preguntas.
Qué increíble me
parece. Qué imprescindible. Qué vital.
Si por mí fuera me
quedaría aquí estancado y así poder romperme el corazón, luchar contra mí
mismo, pasear por cientos de labios, viajar por mil miradas y equivocarme
infinitas veces para siempre.
Aarón
Toral
Bachillerato
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