Por qué no matar a
ese padre, si él ya mató a esa madre en el altar al decirle “sí quiero” y
después salir corriendo sin parar, sin mirar atrás y fijar sus ojos en un
cuerpo andrajoso, demacrado, con su corazón en la mano a punto de enterrarle
junto a aquel sauce de hojas en blanco. Al otro lado del árbol un niño llora su
mala suerte. Sus párpados no pueden retener la avalancha de lágrimas que se
desprende de su cumbre emocional. Otro corazón que sin más abre su pecho herido
y se ahorca en las hojas del sauce, convirtiéndose en un dibujo, chorreando
rojo y negro: sangre y dolor. Las gotas de sangre caen sobre la hierba haciendo
brotar una rosa negra. En cada pétalo se reflejan imágenes de una infancia
destruida, arañada por el marginamiento y los problemas. Ese niño se levanta,
coge una piedra y se la introduce en el pecho, justo en la cavidad donde se
hallaba su corazón agonizando. Se prometió a sí mismo que nunca jamás dejaría
que nadie le rompiera su corazón, ahora incapaz de sentir y de amar. Todo por
un insensible con un corazón de piedra.
Nacho
Sanz
Bachillerato
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