Ella observó
a través de las ventanas rotas y sucias cómo los globos que lanzaba todos los
días hoy volaban también.
Se
sentó en un viejo taburete de madera. Contempló su habitación. Se encontraba en
el tercer piso de un edificio viejo y ruinoso, como todos los que estaban en
esa “ciudad”. Por dentro no se daban mejores características que fuera: el aire
que se respiraba no parecía puro para nada y olía a humedad por todo el
edificio. Cualquier movimiento producía eco pese a la basura que estaba tirada
por el suelo. Todo estaba completamente vacío. La calefacción llevaba un buen
tiempo sin funcionar y lo único que calentaba la sala era la luz natural. La
habitación tenía las paredes de color rosa mientras que el suelo era de color
negro. Casi a punto de salir ya por la puerta, vio un sillón rojo que no recordó
haber visto nunca. Todo lo que se encontraba dentro del edificio estaba
cubierto por polvo o suciedad, pero el sillón no lo estaba ¿sería nuevo? El día
no le iba a ir bien si se quedaba tumbada, así que rápidamente desvió su
mirada.
Cuando Rosa
salió a la calle tan solo tuvo que dirigir su mirada hacia la izquierda para ir
al lugar que deseaba. Era un cine ruinoso, con un cartel que pedía a gritos que
le tirasen de una vez de esa sucia y vieja fachada. Volvían a emitir hoy la
misma película de siempre: El cielo es un
lugar en donde Nunca Jamás ocurre. Rosa sabía que había visto esa película
alguna vez, pero no recordaba nada de ella y por eso quería volver a verla.
Esperaba que alguien llegase con la película. Esperó, pero fue inútil. No podía
reprimir el deseo de que el maldito coche que nunca hizo nada porque estaba
desguazado, hoy, funcionase.
Tras
unos minutos de contemplación y reflexión, siguió su camino. Había olvidado por
qué estaba ahí, por qué todos los días tenía que hacer lo mismo, por qué estaba
sola.
Al
levantarse vio, un día más, cómo era su zona. Tres filas de edificios viejos y
ruinosos y una valla transformaban en un corralito el lugar donde se
encontraba. No sabía cómo era posible que alguno de los edificios no se hubiera
caído todavía. A su alrededor había estatuas, sillas y mesas propias de un
restaurante, y más basura.
Subió
de nuevo a su edificio. En el segundo piso sonaba un viejo tocadiscos. Las
canciones eran antiguas, y aunque no le hacía mucha gracia el género de estas,
le gustaba escucharlo. Le recordaba buenos tiempos, cuando ella no estuvo nunca
ahí.
Llegó
la noche. Un buen presentimiento le hizo bajar las escaleras del edificio con
ilusión.
Volvió
a ver el cine, la basura, los edificios ruinosos, todo lo anterior, pero de una
manera ordenada. De hecho, el coche desguazado pasó a estar tuneado. Tenía
pintado un paisaje celeste: el mismo cielo. Ángeles alegres con instrumentos,
nubes, etc. Sí, debería de ser el cielo. Pero Rosa ni siquiera se fijó en eso.
Se le encendió el corazón porque alguien tenía que haber movido todo. Creyó por
un momento que se encontraría a quien lo hizo.
Las
luces del cartel del cine se encendieron en ese momento.
Tres
personas aparecieron en la puerta principal del cine. Rosa las reconoció al
instante. Eran sus amigas. Siempre fueron amigas, pero un día desaparecieron.
Fueron las únicas amigas de Rosa. La verdad es que había pasado tanto tiempo de
su último encuentro que ni ellas se acordaban de cuándo fue la última vez que
se vieron.
No se dijeron
nada entre ellas. Solo sonrieron y rieron mientras bailaban.
El reloj
marcó las once y once de la noche.
Empezó
a nevar. La calle se llenó de personas vestidas totalmente con un traje blanco.
Aparecieron de la nada. Todos estaban quietos y tranquilos, como estatuas.
Miraban cómo las cuatro chicas bailaban y reían juntas. Mientras tanto, los
atuendos ordinarios de las cuatro chicas cambiaron por unos más elegantes.
Vieran
o no al resto de personas, el caso es que las ignoraban. En aquel mismo momento
ella ya no se preocupaba por nada. Se encontraban las cuatro de nuevo, tras un
gran tiempo. Tal vez fuese eso lo que celebraban.
Después
de unos segundos, el cine se iluminó por dentro. Sus puertas se abrieron. La
calle se llenó de luz. La persona que abrió el cine era alguien vestido de negro,
al contrario que el resto. Desapareció al abrir la puerta, ni siquiera dio
tiempo a que las chicas pudieran verlo.
Para
ver la película con sus amigas, las cuatro chicas entraron corriendo, cogidas
de la mano. Corrían con una sonrisa en sus rostros. Rosa no podía creer que, tras
tanto y tiempo y además con su gente, podría ver al fin la película. No le importaba
nada más en ese momento que poder ver la película con la que soñaba con las
personas que más quería.
Del
bolsillo de Rosa cayó una bellísima rosa sin espinas que creía haber conservado
desde el día que nació.
Las
puertas del cine se cerraron inmediatamente después de que las chicas entraron.
Los hombres vestidos de blanco también desaparecieron en ese instante. Las
luces de la fachada del cine, todas al unísono, se apagaron un tiempo después.
La
calle quedó sumergida en un color negro increíble.
Dentro del
cine Rosa se detuvo y se quedó totalmente quieta en el pasillo. Sus amigas la
miraron sin que ella dijese una palabra. Sus ojos lo decían todo. Se sentía mal
con ella misma, tanto tiempo en ese infierno… ¿lo echaría de menos?, ¿una
película vale tanto la pena como para haber renunciado a todo lo anterior?
En ese
momento pensó en el día que había vivido. Si no se detuvo cuando pudo haberse
tumbado en un sillón, si tuvo la oportunidad de comer exquisiteces y no lo hizo
para seguir con su destino, ¿por qué se iba a detener ahora?
Sonrió
a sus amigas y siguieron su camino.
Tan
solo había una puerta con el cartel de la película. A Rosa se le hizo raro
verse a ella misma en el cartel. Como sea, las cuatro entraron.
En ese
momento las luces de dentro del cine se apagaron. Todo se quedó a oscuras,
excepto la sala de la película.
Ahora
sí, por fin Rosa se dio cuenta del sentido de todo. Encontró una razón a todo
en el mismo momento en el que vio el mismísimo y bellísimo cielo. Sus amigas
dieron las gracias a Rosa porque las había protegido durante su vida. Ahora
habían sido ellas las que habían ayudado a Rosa a llegar a su feliz destino. ¿Es
que acaso hubiese llegado Rosa al cielo sin ellas?, ¿y hubiesen ellas llegado
al cielo sin Rosa?
Las
cuatro lloraron de alegría y bailaron de nuevo, ahora en el cielo.
Durante
el tiempo que había pasado en ese lugar tan siniestro, Rosa pensaba que, ojalá,
nadie tuviera que sufrir jamás algo similar. Ahora, sin embargo, desea que
todos puedan pasar por lo mismo que ella vivió, para que todas esas personas se
demuestren a ellas mismas que vale la pena quedarse.
Andrés Aparicio
Bachillerato
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