Yo
bajo la visera de mi gorra para evitar que me mire fijamente a los ojos y poder
observarla sentada, nívea, con las zapatillas desgastadas (no más que las
mías), con el abrigo verde sobre el regazo y peinándose el cabello castaño con
la mano.
Cruza
las piernas y suspira fuerte. Lleva puestos unos leggins negros y una sudadera grisácea muy fina. Intenta escuchar
música del Smartphone, al mismo tiempo que escribe algún mensaje. Cuando lo
hace, aprovecho para mirarle la cara. La tiene redonda con, probablemente, un
quilo de maquillaje y los ojos perdidos en la pantalla de su móvil.
De
vez en cuando me mira. Tiene, en el rostro, un gesto de incomodidad permanente.
Y a veces sonríe al leer un whatsapp. Quizás
tenga esa expresión por estar sentada en la sala de espera para entrar a
urgencias del ambulatorio Federica Montseny. Cuando yo llegué, ella ya estaba
aquí, a lo mejor está agobiada y harta de esperar. ¿Quién sabe?
Mmm.
Tengo hambre. Hoy no me ha dado tiempo a comer. A ver si esto avanza rápido.
Aunque no creo, tratándose de sanidad pública…
De
pronto, me sorprende un impetuoso brinco que ella da para despegarse del
asiento e irse a responder una llamada que ha sido tan sonora que lo han
escuchado hasta los de la planta de arriba. Escucho su voz. Es más grave de lo
que me imaginaba. Usa frases cortas y concisas. Pero cuando puede, aprovecha
para dar muchas explicaciones con abundancia de expresiones típicas de barrio,
acompañadas de alaridos y algún insulto.
Uf.
Casi me pilla. ¿Sabrá que llevo quince minutos escribiendo sobre ella? Seguro
que no. En verdad, me siento un poco espía o algo peor, incluso. Pero no. Sólo
observo, soy muy observador. Y veo que vuelve y se sienta en el sitio de antes.
Hace
un rato se ha ido una pareja de ancianos que estaba a mi derecha. Creo que la
mujer se había hecho daño en la cara. Se la veía triste. Pero su marido no
paraba de hacer bromas para sacarle una sonrisa.
Ups.
Me ha vuelto a mirar. ¿A mí o al enfermero que está a mis espaldas? Habla muy
alto.
Acaba
de asomar una oreja entre su pelo. Je je. Me recuerda a las orejas de los
elfos.
Se
va moviendo cada vez más del sitio. Se está incomodando. Yo también lo estoy
pero prefiero mantenerme quieto. Tiene un pequeño aro como pendiente en el
lóbulo izquierdo. Apoya la cabeza sobre una mano y se inclina hacia delante.
Está aburrida. Con la otra mano hace un ritmo de tambor muy corto. Buscaba
distraerse.
Acto
seguido, se abre la puerta de la doctora Carmina Jiménez (la que va a atender a
todos los que estamos aquí esperando) y ella se levanta y entra. Es su turno.
Ya sólo queda por entrar una anciana antes que yo.
Ahora
que lo pienso, he estado observando detenidamente el comportamiento de una choni en un lugar tranquilo y serio.
Claro, son dignas de estudio.
Muy
bien, ahora me suenan las tripas. Llevo una hora y media esperando. Y tengo
hambre.
¡Vaya!
Como se va una, llega otra y ocupa su lugar. Sí, otra choni. Bueno, esta viene acompañada. Donde caben dos caben tres.
Éstas son más mayores. Se sientan a la vez y cruzando la pierna izquierda sobre
la derecha. Se comportan de la misma manera. Tienen el pelo rizado y negro (las
dos). Aquí huele a falta de personalidad.
Sale
de la consulta la que antes ha entrado. Me guiña un ojo. ¿O soy yo quien se lo
ha guiñado? Bueno, da igual. Lo que importa es que ya queda poco para entrar y
luego irme a comer una hamburguesa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario