miércoles, 20 de diciembre de 2023

Una última conversación

Marta cruzó la gran verja oxidada y se sentó en el saliente de la acera que daba a la carretera. Sacó el móvil del bolsillo: eran las 18:41. Se puso sus cascos azul oscuro y los conectó al móvil. Empezó a toquetearlo con calma hasta que por fin empezó a sonar su playlist favorita.

«Siempre he odiado vestir de negro. Es un color aburrido y monótono, es como transmitir a la gente que no tienes personalidad propia, que no eres nadie interesante, sólo uno más; por eso los uniformes de colegios o los trajes de oficina son negros, para ser… uno más —cogió una piedrecita del arcén que se había despegado de la carretera y la observó mientras la daba vueltas entre su dedo pulgar y corazón—. ¿Sabes? Siempre pensé que serías tú el que vendría a mi entierro, pero parece que la vida es así, aleatoria -lanzó la piedra como si tirase una moneda al aire, y se quedó en blanco un momento, pensando en esa pequeña piedra.

»No entiendo qué hacías a las once de la noche borracho y conduciendo, la verdad. O sea, ¿tan bueno está el alcohol que no podías parar de tomarlo? Día tras día, noche tras noche, bebiendo botellas y botellas de cerveza. Ni si quiera estaba tan buena. Admito que alguna vez la he probado mientras no mirabas, pero… no lo entiendo de todas formas. Cuando tomas alcohol, te emborrachas, y haces cosas estúpidas de las que luego te arrepientes, pero aun así seguías bebiendo y bebiendo… ¿O acaso te gustaba esa sensación? —juntó los pies más a su cuerpo para poder apoyarse en sus propias piernas inclinándose hacia delante.

»Nunca fui lo suficientemente buena para ti. Siempre que no estabas borracho te quejabas de mí, de que no sacaba las mejores notas, que no era la mejor, que no llegaré a nada en la vida… No apreciabas mi esfuerzo, ni mi dedicación. Nunca fue suficiente para ti, papá —notó cómo la mirada se le volvía borrosa—. ¿Te quedaste a gusto después de esos guantazos. Esos empujones y berridos? —una lágrima se deslizó por su mejilla derecha. Apoyó la frente en las rodillas y empezó a sollozar, apretando las piernas contra su cuerpo con ayuda de sus brazos. Pasaron al menos 5 minutos hasta que se calmó del todo. Volvió a poner los pies en la carretera, apoyando las manos detrás de ella y dejándose caer hacia atrás, quedando sedente­, se apoyó en una y se secó las lágrimas con la muñeca.

»Cuando nadamos a crol, usamos los brazos con un movimiento circular, acompasado con un aleteo de piernas constante. Si intentamos usar solo los brazos, de manera automática se mueven las piernas, aunque intentemos no usarlas, porque la costumbre ha hecho que lo hagamos de forma inconsciente. Del mismo modo, siempre he vuelto de clase sola a casa; y al entrar en casa, ahí estabas tú, tumbado en el sofá. ¿Qué se supone que voy a hacer ahora sin ti? Te odio, por todo lo que has hecho, todo lo que me has hecho sufrir, y nunca seré capaz de perdonarte, pero aun así, aquí estoy, pensando en ti —Marta se incorporó de nuevo y cruzó las piernas, quedando una encima de otra en forma de “X”—. Odio la imperfección del humano. Odio el hecho de ser un animal que necesite relacionarse. Es horrible tener que hablar para mantener la estabilidad mental y no volverme loca… En fin…

»A pesar de todo, Papá; te quiero. No porque yo quiera, sino porque eres mi padre. Sé que todo lo hacías porque no querías que fuese como tú, un fracaso. Querías lo mejor para mi, aunque no usases los métodos más adecuados, lo intentabas… Gracias. Al final, me has enseñado que…».

—Marta, nos vamos —dijo su tía Berta con una sonrisa forzada mientras apoyaba su mano en la cabeza de Marta.

—Sí, ahora voy ­ —respondió mientras se levantaba de la acera y se sacudía el polvo de las piernas. Fue en dirección al coche negro de su tía, pasando de largo la gran verja, y echando una última mirada a lo que quedaba de su padre; un recuerdo de piedra sobre una explanada llena de historias.

Roberto Almeida Torres
Estudiante de Bachillerato