viernes, 18 de diciembre de 2020

Cigarrillos

No sabías si era un sueño o si realmente estaba sucediendo. Algo trastocó tu conciencia y obnubiló tu alma de tristeza.

Despertaste de la cama entre un largo quiero y no puedo. Cuando por fin ganaste esa batalla contra tus débiles párpados, te diste cuenta y tu mente se activó de golpe. Nada más abrir los ojos, dos objetos llamaron tu atención de inmediato: la gran maleta que yacía llena a rebosar a los pies de tu cama, y la botella de alcohol que reposaba en tu mesita de noche, junto a aquel cenicero lleno de cigarros consumidos.

Era muy temprano, serían las siete de la mañana, el sol estaba asomando junto a ti y su fuerza era tan leve que prácticamente no proporcionaba calor alguno. Tus dos hijos, de nueve y seis años respectivamente, estaban vestidos y aseados; y tu mujer, tan preciosa como la recordabas. Esta situación te extrañó, pero no le quisiste dar mucha importancia y al mirar de nuevo el reloj y ver que solo habían transcurrido dos minutos desde las siete, decidiste echarte de nuevo.

Volviste a despertar al rato, pero esta vez te resultó mucho más fácil poder abrir los ojos y repetiste el mismo procedimiento que la primera vez: miraste el reloj, eran las nueve y treinta y dos de la mañana, ahora el sol sí tenía la fuerza suficiente para crearte esa sensación de desazón que tanto odiabas en tu rostro. Te volvió a asaltar la duda de por qué esa botella de alcohol seguía ahí, junto a aquellos cigarrillos, cuando sabías perfectamente que tu preciosa y atenta mujer siempre las tiraba a la basura todos los días al levantarse. Pero sin duda, lo que te dejó perplejo fue no ver la maleta, ya no estaba. Comenzaste a creer que tus peores pesadillas podrían estar volviéndose una realidad.

Bajaste a desayunar con la idea de encontrar el monótono, pero idílico panorama de todos los fines de semana: ver a tus dos hijos y a tu mujer desayunando juntos. Sin embargo, lo que contemplaste al bajar las escaleras y observar ese amplio salón vacío, se convirtió en la perfecta alegoría de tu alma. Te diste cuenta, y aunque no quisiste asumirlo, la impotencia comenzaba a penetrar en tus huesos y la tristeza conquistó por completo tu mente. Tu cuerpo, marioneta de esa desesperación, se vio dispuesto a hacerlo. Pese a tu débil estado mental, lo tenías más claro que nunca. Cogiste una gran cuerda que guardabas en el sótano y la ataste con más tristeza que cuidado, siendo completamente consciente de lo que estabas a punto de hacer.

Te subiste a una de las sillas del salón, en concreto en la que se solía sentar siempre tu mujer, a la cual siempre amaste pese a las vastas reprimendas —o “correctivos”, como te gustaba denominarlos— que le propinabas. Tu cuello se sumergió en la soga —qué triste que este olor a sótano viejo fuera a ser el último que vaya a oler— pensaste.

Cuando abriste los ojos pensando en si finalmente tu destino había sido el cielo o el infierno, una agradable voz te devolvió de nuevo a la verdadera realidad —cariño, aquí te traigo tu café, con hielo, como a ti te gusta—. Miraste a tu alrededor, la botella y los cigarros seguían ahí, pero esta vez, era real. La alegría que sentiste en ese momento era indescriptible, incluso te pellizcaste para ver si aquello era real o simplemente seguías en esa pesadilla de la que por fin habías despertado.

Esa misma noche, mientras bebías de la botella de siempre, te pusiste a pensar en esa pesadilla y de cómo la conciencia te estaba avisando de que, si seguías por ese camino, ese mal sueño que tanta pesadumbre te traía, se volvería cierto, y que las múltiples amenazas de tu mujer, asegurándote que se iba a ir de casa y que no la volverías a ver, acabarían sucediendo. Entonces decidiste tomar una decisión drástica: otra vez, ibas a empezar a dejar de fumar.

Ignacio Prieto Muñoz
Estudiante de Bachillerato


miércoles, 4 de noviembre de 2020

Alas cortadas

Por las noches, muy alto en el cielo, mientras todos duermen, se dice que están las almas de todos los seres humanos reunidas, soñando en conjunto con un mundo mejor. A veces, ves algunas caer con sus alas partidas: estrellas fugaces. Se han encontrado con la pesadilla del mundo real, esfumándose por cumplir los sueños de los que, a pesar de todo, mantienen la fe.

 

Cada vez que duermo sueño con un mundo donde cada uno es capaz de hacer lo que le plazca, un sitio donde nadie es juzgado. Es el lugar perfecto: tu situación económica no importa en absoluto, tienes siempre el dinero que necesitas, no hay que preocuparse por pagar el alquiler… Puedes darte el lujo de ir al cine cuando te plazca. Me veo en un ático en el centro de Madrid, disfrutando en mi balcón del sonido del bullicio en las terrazas de los bares durante una bonita velada de marzo. Y pienso que podríamos ser todos felices y que me gustaría ayudar a dirigir ese mundo donde las máximas son la sinceridad, la bondad, la alegría y el amor.

 

Me levanto del sueño pensando que simplemente soy feliz. Y, por tonto que parezca, me hace aún más feliz. Es esta la causa de que por las mañanas me levante enérgico, mientras tarareo la versión acústica de Take on me, sin importarme que seguramente mi voz sea horrenda. Subo las persianas y abro las ventanas esperando que la naturaleza me asombre un día más con la hermosa figura del sol y el bello ímpetu del viento.

 

Entro rápido al baño para evitar tener que esperar a que terminen mis hermanas, cerrando la puerta velozmente e ignorando sus maldiciones. Lo primero que hago es pesarme, aunque me da igual lo que marque la báscula. Que si he engordado, que qué bien sabía esa tarta; que si he perdido peso, que si me estoy poniendo fuerte… todo eso no me importa en absoluto.

 

Paso a sentarme en la mesa de la cocina con mi bol de cereales integrales preparado con amor por mi madre, acción que agradezco con un simple “¿cómo estás?”. Después de devorar los cereales, dejando como siempre las virutas de chocolate para el final, me lavo los dientes al ritmo de Thunderstruck.

 

Me pongo mis chinos como siempre, dudando unos minutos qué camisa queda mejor con el pantalón. Ato bien los cordones de mis zapatos, cojo la mochila y el móvil y me despido de mi familia. Salgo a la calle bajando los escalones de dos en dos, resbalo en el último y temo un momento por mi vida. Al recomponerme, comienzo a reírme de lo estúpido y torpe que soy. Mi madre siempre dice que lo mejor de mí es mi autoestima y mi alegría. Será por mis dotes naturales.

 

Llego a la parada de autobús a las 8:05, como siempre. Tengo la mala manía de no llevar nunca cascos, pues me gusta escuchar lo que dice la gente y los ruidos de la calle. Cuando llega el autobús, crece la tensión (haciéndolo más divertido) por saber si tendré un sitio para sentarme o tendré que ir de pie y acabar mareado. Esas incógnitas dan emoción al día a día.

 

Una vez asegurado mi asiento, empiezo a observar a cada uno de los pasajeros en busca de una cara, de una boca, de unos ojos. Y me llevo su mirada. Se me acelera el corazón, y saco el libro de Pablo Neruda Veinte poemas de amor y una canción desesperada, comparando el rápido latido de mi corazón con los versos del célebre poeta. Pero un sonoro “¡hijo de puta!”, proveniente de una señora al fondo del autocar, me saca por completo de mi ensoñación. Le acababan de decir que iba a ser despedida. Perdidas totalmente las ganas de continuar leyendo, me pongo a mirar por la ventana. Un accidente de tres coches para el tráfico. Avanzamos lentamente, pero tenemos que parar por completo cuando las sirenas de una ambulancia comienzan a resonar por toda la carretera.

 

Llego tarde al instituto, y a ver quién soporta las seis horas de clases que tengo. Consiguen que me anime un poco más conociendo una parte de la vida de Cicerón, desgranando uno a uno los documentos de la Conferencia de San Francisco para la creación de la ONU, leyendo piedras para saber quién quería tanto a la persona enterrada como para estar tallando un enorme monolito cerca de la Acrópolis ateniense, leyendo algo de Ortega y Gasset y terminando con una charla sobre el ser personal.

 

Vuelvo a meterme en el bus y esta vez decido mirar el teléfono para no desesperarme con los problemas al volante. Me meto en un periódico digital y las primeras noticias son sobre un atentado con 198 muertos y 1037 heridos en una iglesia en Irak. Siguiendo el encabezado, dos o tres artículos de opinión que critican al Gobierno. Cambio a Twitter y todo son insultos al azar lanzados sin ninguna intención constructiva. Al llegar a mi parada, voy a bajarme cuando tropiezo sin querer con un señor muy bien trajeado (con sombrero incluido); me llevo tal retahíla de insultos que al girar la esquina aún se seguían escuchando. Al fondo de la calle un señor mayor pide ayuda porque le han robado. Subo a mi casa un poco entristecido, saludo a la señora mayor que pasa a mi lado. Me apeno aún más cuando no recibo ninguna respuesta.

 

Paso la tarde con los deberes y con el estudio de las asignaturas correspondientes, mientras tomo un riquísimo zumo de arándanos, pero con el sabor amargo del mal del mundo, convirtiéndose en mi mente en un vaso de sangre. Por fin me tumbo en la cama para descansar. Abro el Whattsapp para hablar con un amigo. Desgraciadamente, no puede hablar porque acaban de hospitalizar a su padre. Ceno cabizbajo y me meto en la cama desganado. Me tapo entero con el edredón y aprieto los ojos, intentando con todas mis fuerzas empezar a soñar. Porque los sueños son mejores que esta realidad. Al final acabo dormido con una sonrisa dibujada en los labios, con unas alas desplegadas en mi espalda, sintiéndome en aquel balcón del centro de Madrid tomándome un zumo de arándanos, esta vez color amor.

 

Alberto Nieto Zuya

Estudiante de Bachillerato




miércoles, 28 de octubre de 2020

La comunidad Olympus

Buenos días,

mi nombre es Ángel y trabajo en la mensajería más importante de Grecia. Hoy me dijeron que tenía que entregar diferentes paquetes en una dirección bastante codiciada, la calle Olympus 402 00, “Hogar de dioses”. En esta dirección se encontraba una comunidad en lo alto de un monte.


En el viaje a ese lugar, me enteré de que mi misterioso jefe vivía precisamente allí, algo que lo hacía todavía más misterioso.

 

Cuando llegué al inmenso edificio de mármol, llamé a la puerta y me encontré con una mujer que al instante me hizo sentir en un ambiente cálido y familiar, como si estuviese en mi casa de la infancia. Ella me dio los buenos días y me dijo que empezara por el 1ºA, que allí se encontraba el presidente de la comunidad. En este edificio, el primer piso se encontraba en lo más alto, así que decidí coger el ascensor. Cuando subí, llamé a la puerta y me recibió una mujer morena con un gran traje con diferentes símbolos de pavo real, que me dio una galleta casera. Me hizo esperar unos segundos hasta que apareció su marido, un hombre de pelo y barba blanca trajeado y bastante serio. Puso la mano esperando a que le diera su paquete. Entonces abrí el carrito donde llevaba todas las entregas y allí estaba, un paquete marcado sólo con la dirección y el piso. Se lo entregué y continué hacia el otro lado del rellano, donde me abrió la puerta la mujer más hermosa que había visto en mi vida, y me preguntó si tenía algo para ella. Le entregué su paquete, lo abrió y exclamó:

 

-¡Por fin ha llegado!

 

El paquete contenía un perfume llamado néctar de ambrosía. Continué mi recorrido hacia el siguiente piso, donde me encontré a dos vecinos discutiendo, un hombre con un gran tatuaje de unos caballos sobre las olas del mar, gritando a una mujer alta y bella con unos pendientes en forma de lechuza, y decidí dejar los paquetes en las puertas para no entrometerme. Entonces miré el carrito, solo me faltaba por entregar un paquete, que se encontraba en la planta número 13. Cuando cogí el ascensor, entró un hombre de cabello rizado bastante ebrio, tambaleándose con una copa de vino en la mano, que empezó a cantar historias sobre los diferentes dioses griegos. Cuando llegamos, él se quedó en el ascensor y siguió cantando hasta que se cerraron las puertas.

 

Justo cuando iba a poner mi dedo en el timbre del 13ºA, se abrió la puerta y apareció un hombre, que exclamó:

 

-¿Qué tienes para mí, querido Ángel?

 

Me quedé sin habla, yo no conocía a ese hombre. Entonces salió una mujer con un arco anunciando que se iba a cazar, se cruzó conmigo y entregué el paquete al hombre, que también, como la hermosa mujer de antes, decidió abrirlo delante de mí. Lo abrió y era una crema para juanetes que decidió dármela diciendo:

 

-Aquí tienes, diría que te hace falta -y cerró la puerta.

 

Me quedé muy sorprendido, ¿cómo sabía lo de mis juanetes? Decidí entrar en el ascensor hacia la planta baja, donde me encontré de nuevo al hombre de la copa de vino, que me dijo:

 

-Dile a tu jefe que me debe una botella.

 

Justo después llegó por la puerta un hombre de pelo rubio y un sombrero que parecía que tenían alas, con una chapa en la chaqueta que ponía “Mensajero de los dioses”, que le entregó una botella en la mano y se dirigió hacia a mi diciendo:

 

-Bien hecho Ángel, te veré la próxima semana, eso espero -y se fue al ascensor sonriendo.

 

Así es como terminé mi viaje por la comunidad de la calle Olympus 402 00, “Hogar de dioses”.


Nicolás Martínez López

Estudiante de Bachillerato

 






miércoles, 30 de septiembre de 2020

Tenet

 

SATOR

AREPO

TENET

OPERA

ROTAS

 Sator Arepo tenet opera rotas. Esta oración en latín se puede leer tanto de izquierda a derecha como de derecha a izquierda, y de arriba abajo y de abajo arriba. Es lo que se denomina palíndromo. Y esto es exactamente en lo que se basa la nueva película de Christopher Nolan, Tenet, en si se podría invertir el tiempo: las armas no disparan, sino que atrapan las balas. Este director se hizo muy popular gracias a su trilogía del Caballero oscuro, Origen o Interstellar, pero ¿que tal está su nueva obra?

Me encantaría decir que bien, que su guion es interesante y rico, que sus personajes son carismáticos y están bien construidos. Sin embargo, las cosas no van por ahí. Hay una carencia absoluta de buenos personajes, que es algo muy común en este director. Es como si no supiera crear grandes protagonistas. Ya ni hablar de sus personajes femeninos, porque no sabe darles un protagonismo digno. Aunque el elenco de actores sea muy bueno, con un gran Robert Pattinson, ninguno de ellos consigue un papel decente. No obstante, donde veo más problemas es en el guion. Hay intención de hacer algo realmente complejo y de contar una buena historia. Pero al final solo es un guion simple, disfrazado con términos de física temporal para parecer interesante, y que obviamente la mayoría de público no entenderá, porque no tienen estudios de física. Una cosa es hacer un filme complejo y con riqueza narrativa (como por ejemplo el cine de Kurosawa) y otra cosa es hacer una obra confusa, soltando términos que sabes que nadie va a entender, porque la historia que estás contando no es gran cosa.

En lo que no hay duda es en que Nolan no es tonto y que sabe dirigir visualmente una película. Donde más se disfruta y se aprecia el trabajo bien hecho es en la acción. Solamente con la acción ya se está narrando algo y es una maravilla presenciar estas escenas. Si algo hay que atribuirle al director es el hacer algo fuera de lo convencional e intentar jugar con el espectador, aunque quede lejos de hacerlo bien. También se puede disfrutar de la banda sonora, que no está realizada por Hans Zimmer como de costumbre.

Como resumen, Tenet es sin más otra película de Christopher Nolan, sin un gran guion ni grandes personajes y en la que la acción es sin duda lo mejor, ya que está perfectamente dirigida.

David Muñoz Montero

Estudiante de Bachillerato




miércoles, 23 de septiembre de 2020

La luna y otros placeres


Es la luna y no otra la que nos vigila por la noche. El Sol, cansado ya de trabajar constantemente, decidió que durante medio día él se iría a dormir. Pero necesitaba a alguien en quien pudiera confiar para hacer su trabajo. Propuso un concurso para que se mostraran los distintos suplentes que querían el trabajo. Él haría de jurado junto a Gea, porque ella quería decidir quién la alumbraría.

Primero se mostró Marte, jactándose de que aparte de su bonito color rojizo, era en la Tierra dios de la guerra, uno de los actos más majestuosos del mundo. Luego apareció Venus, la diosa del amor. Repitiendo el argumento del concursante anterior, dijo que el amor es lo más importante de todo y que se merecía el puesto del concurso.

 

De repente, todo el mundo se arrodilló. Llegó el gran Júpiter, tan jactancioso como siempre, engrandeciéndose a sí mismo. Se presentó ante el Sol, llamándole por su nombre antiguo:

 

—Helios, Helios… ¿cómo no has pensado en el rey de los dioses para suplantarte? Yo, el dios más grande, protegeré a la Tierra siempre, de noche y de día, con todas mis fuerzas. Déjate de tonterías, sabes que soy el mejor.

 

En efecto, Helios en ese momento sabía que Júpiter era el mejor candidato. Pero pensó que, si su poder y su grandeza se expandían, acabaría quitándole el puesto. Gea tampoco estaba demasiado convencida de que su nieto le fuese a proteger muy bien. Era solo otro intento de hacerse con todo el poder.

 

Fue el mismísimo padre de Júpiter el que se presentó después: Saturno se había escapado de su prisión eterna para acudir al concurso.

 

—Helios, sabes que te aprecio mucho. Eres el dios más grande, más bonito, más perfecto de todos. Y yo, ahora humilde servidor tuyo, quiero proteger a tu querida Tierra con mis anillos. Son tan poderosos que pararán cualquier golpe.

 

Todo el cielo estaba sumido en un caos terrible, con los dioses discutiendo entre ellos. Aprovechando este momento se coló Mercurio y se acercó sigilosamente al Sol.

 

—Sol, yo juro que protegeré a Gea con mi vida. Soy el más rápido y obediente, por lo que estaré siempre a tu disposición y cuidaré a la Tierra como si fuese mía.

 

Desgraciadamente para el dios mensajero, Júpiter se giró y le pilló con las manos en la masa.

 

—¡Siervo condenado! ¡Te doy todo lo que tengo para que trabajes para mí y ahora me traicionas, intentando hacerte con mi futuro puesto! Tomo al resto de dioses como testigos de que vas a estar en el peor lugar de todos, porque yo te obligo.

 

Y otra vez el cielo se convirtió en un hervidero. Todo el mundo gritando y peleándose con los demás. Plutón se intentó colar, pero siendo el dios del inframundo y la muerte, Helios decidió que sería el planeta más alejado de Gea.

 

Llegaron entonces Urano y Neptuno, los dos juntos. Urano había permitido que la discusión se hiciese en su reino, pero no quería saber nada del concurso. Solo había ido a vigilar, e hizo bien. Cuando vio que Plutón estaba en su reino, lo cual tenía prohibido, le dio una buena paliza. De tal cantidad de golpes que le propinó, lo hizo más pequeño, convirtiéndolo en un planeta mucho más enano. Desde entonces Urano maldijo al dios de la muerte, diciéndole que nunca más estaría al nivel de los otros: le quitaría el poder de planeta.

 

Pero Neptuno sí que tenía intención de ganar el puesto. Le ofreció al Sol que él podía mantener la Tierra con agua. Empezó a verter agua sobre el planeta y de no ser por la intervención de Helios, Gea acabaría ahogada por culpa de Neptuno. Fue esta la razón para alejarlo de la Tierra; no tanto como a Plutón, pero sí lo suficiente.

 

Justo antes de tomar la decisión apareció Luna, muy tímida. Helios le preguntó qué podía hacer. Entonces bajó a la Tierra y alumbró la noche para dos jóvenes enamorados. Con el apoyo de la diosa, los dos jóvenes sucumbieron al placer. Todo el mundo esa noche miró al cielo para observar el bonito planeta que les daba luz. Los enamorados alrededor del mundo pensaron en su pareja viendo ese precioso círculo de plata. La Tierra entera cayó en un momento de tranquilidad. Esa noche solo hubo amor.

 

Cuando ascendió al cielo otra vez para encontrarse con el jurado y los participantes, todos estaban boquiabiertos. Helios había encontrado por fin al dios correcto para vigilar por las noches.

 

Procedieron entonces con el reparto de posiciones: Mercurio acabó justo al lado del Sol, muriéndose de calor, por obligación de Júpiter. Gea quedó tan asombrada con la Luna que la quiso a su lado para siempre y la abrazó. Desde entonces ella siempre está dando vueltas alrededor de la Tierra, pululando cerca de ella para protegerla constantemente. Venus, el amor, y Marte, la guerra y el poder, rodearon a la Tierra, siendo las dos máximas que dividen y rigen nuestro mundo. Júpiter se quedó cerca, protegiendo a la Tierra como prometió, atrayendo hacia él todos los peligros. Su padre, Saturno, se quedaba una vez más por detrás de su hijo e intentaba parar todo lo que se le escapaba a Júpiter, consiguiendo una defensa prácticamente perfecta contra peligros exteriores. Detrás de ellos se sitúan Urano, colocado ahí al azar, sin importancia; y Neptuno, el más lejano junto con Plutón, para que no hagan daño a Gea.

 

El cariño que tenía Gea a Luna sigue todavía en pie. De hecho, la Luna une a muchas personas, enamorados que están separados de sus amantes, que se esperanzan pensando que su amado está viendo la misma luna que ellos. Luna placentera, objeto de los poemas más bellos, nos une a todos. Porque, ¿quién odia a la Luna? Solo los dioses, porque ha superado a todos y se ha quedado en los corazones de la gente, siendo la más brillante en el cielo estrellado, superando a los que son simplemente reflejos de su grandeza.

 

Qué haríamos sin ti, Luna.

 

Alberto Nieto Zuya

Estudiante de Bachillerato




domingo, 29 de marzo de 2020

Entrevista a José Jiménez Lozano


Hace unas semanas falleció el escritor José Jiménez Lozano. Por su interés y como homenaje reproducimos aquí una entrevista que le hicimos en Perkeo en el año 2007.


Alcazarén (Valladolid), sábado 19 de mayo de 2007. El sol se pelea con las nubes. Don José nos recibe con su chaqueta marrón, camisa azul, mirada astuta y sonrisa sincera. Los libros se desbordan por el despacho y la luz se filtra entre las blancas cortinas. José Jiménez Lozano es Premio Cervantes de las Letras 2002. Su vida ha transcurrido entre el periodismo y la literatura. Brillante y profundo, es autor de más de cuarenta títulos entre novelas, diarios, poesías, cuentos…

Perkeo- Ante el panorama actual, cabe la tentación de apartarse de la vida activa, quizá movidos por el desánimo. ¿Es posible conjugar una vida contemplativa e intelectual con una vida hacia fuera? ¿Se debe?

José Jiménez Lozano- Pienso que no se puede dar una contestación con validez general. Cada quien es cada quien, comenzando por las aptitudes que se tienen y luego por su visión personal de las cosas. Y ciertamente será posible para algunos tener una dedicación intelectual o incluso contemplativa en el sentido más fuerte de la palabra y una vida activa. Y sobran ejemplos en el pasado, tanto lejano como inmediato. Otros no podrán. Pero, en todo caso, no veo que en este plano de cosas exista una obligación en ningún sentido, salvo si nos ponemos a hacer hipótesis y llegamos a un caso singular en unas circunstancias igualmente singulares. Como cuando hasta Spinoza quiso ir a manifestarse públicamente contra la bruticie política, los que él creía ultimi barbarorum. Su patrona se lo impidió, afortunadamente…

P- Hoy en día se corre mucho, especialmente en las grandes ciudades, y se tiende a la superficialidad. ¿Cómo ser capaz de escuchar el hablar de las cosas al que se refería Rilke, el hablar de los árboles, de los pájaros, de la Naturaleza?

J.J.L.- Siempre se ha corrido mucho en las ciudades pasadas, y en los pueblos, y también se sigue corriendo mucho ahora, aunque no se vaya a ningún sitio. Pero, desde luego, siempre se ha tendido, se tiende y se tenderá a la superficialidad. La mayor desgracia del hombre, decía Pascal, es que no se atreve a quedarse a solas en su cámara, lo que quiere es dis-traerse de tener que pensar en la naturaleza trunca de su vida. Todos. Y de los reyes, dice también con igual realismo que serían los seres más miserables de la tierra si no vivieran en medio de dis-tracciones, desde la política a las fiestas.

Otro asunto es ese de sentirse acompañado por la Naturaleza, pero no lo pondría yo en relación con la superficialidad. Un espíritu más profundo ve y entiende todo más profundamente que un espíritu superficial; pero luego están también las circunstancias y los dones personales, y un don es la capacidad de acercarse a la Naturaleza y los seres vivos.  Pero es claro que a un paisaje, a un pájaro, a un árbol, y a las cosas en general les ocurre lo que a las viejas posadas españolas, que disponían de lo que llevara el viajero, y aquéllos nos dirán lo que llevemos dentro. Un cestillo con unos limones a Zurbarán le dijeron muchas cosas y él nos lo dijo en su pintura; y a cada cual dirán lo suyo, o nada. Pero nunca sabremos lo que dicen a gente que ni escribe ni comenta con palabras, pero a veces se queda uno más que sorprendido si se entera. Y claro está que sin duda se trata de un espíritu más profundo.

P.- ¿Cómo conseguir, de acuerdo con la parábola de Kierkegaard, no convertirse en una oca de corral?

J.J.L.- Se refiere usted, sin duda, a la parábola de las ocas salvajes que quisieron enseñar a las ocas domésticas, bajaron para ello al corral donde aquéllas estaban y allí se quedaron, se supone que porque tenían el pienso asegurado y la vida cómoda. La receta es no bajar al corral, sino hacer saber a las ocas domésticas que pueden volar, pero que, si quieren hacerlo, tendrán que salir del corral y aprender, advirtiéndolas, a la vez, que el pienso no es seguro. Lo de bajar al corral está siempre muy expuesto a quedarse en él.

P.- ¿Está Europa en un fin de ciclo? Si es así, ¿cuáles son los síntomas? ¿Se puede reconstruir un futuro a partir de los escombros de la modernidad?

J.J.L.- Podemos decir que es el fin de una cultura por fascinación hacia el suicidio; esto es, por la liquidación a conciencia de la cultura heredada que se reniega, por cansancio y por aquel sentimiento de aventura de quienes, como lo tienen todo, se aburren, que era lo que extrañaba a un rey bárbaro, Teodorico, que decía que los romanos idiotas querían ser bárbaros, pero que los bárbaros listos querían ser romanos.

La última vez que Europa se enfrentó a un desafío y luchó, aunque de mala gana, fue contra Hitler; pero ahí tiene usted instalado a este señor, ya que instaladas están ahora la eugenesia, la eutanasia y otras mil manipulaciones sobre la vida y la muerte que le hubieran encantado. Y hasta con toda honorabilidad intelectual.

Así que lo que pasa es que el fin de la vieja cultura es el fin de la cultura, sencillamente. Al paso que vamos, en una hipotética restauración de la razón y de la sociedad humana, se va a tener que comenzar hasta por la restauración también del tabú del incesto y del asesinato.

La famosa modernidad es pensamiento hasta hace poco débil y creo que ahora dicen líquido, y para construir no es material muy compacto, me parece. En realidad sólo es un disolvente, y en ése es en el que cultura y civilización están liquidándose.

P.- ¿Qué ha pintado España y qué pinta en el panorama del pensamiento universal?

J.J.L.- Entiendo que no habla concretamente de filosofía. La cultura tradicional española fue y es algo muy importante en el mundo entero. Otro asunto es que en el mundo moderno y actual sean muy diferentes las cosas, y todo es como si hubiésemos decidido no sólo que “inventen ellos”, que decía Unamuno, sino incluso en este plano de cosas. Pero también seguimos siendo un poco catetillos, que se quedan con la boca abierta ante un nombre y una obra en lengua ajena, si es que no hemos renunciado incluso a la lengua.

Pero en el mundo de la cultura, incluidos el mundo del pensamiento y de la ciencia, hay gentes españolas que tienen su solidez y cuentan. Otra cosa es que no suenen ni resuenen, o no sean monumentos públicos ni espectáculos que salen en los periódicos y en la televisión. Y otra cosa es también que es una minoría, que, para los españoles, es como si no existiera, y que nuestro nivel cultural general sea tan enteco y triste.

P.- ¿Escribe a pesar de o porque es cristiano, como decía Flannery O'Connor? ¿Existe una literatura cristiana, unos escritores cristianos, una intelectualidad cristiana?

J.J.L.- Vamos por partes. Mis amigos de Port-Royal contestarían que escribir o pintar son cosas de mundo, y que incluso pertenecen al “uso delicioso y criminal del mundo”, e hicieron amargas cuentas con los faiseurs des romans, cuando riñeron con Racine, que era de la Casa. Y hay aquí una verdad esencial: esto de escribir no tiene que ver nada con la fe cristiana, como de la pintura misma dijo el Papa Gregorio I cuando se la quiso hacer religiosa como en Oriente. Y en Occidente no hay pintura religiosa, sino pintura de asunto religioso, que no es lo mismo. Porque pintar, como escribir, es asunto mundano, y no comenzó desde luego con el cristianismo.

En primer lugar, pues, hay literatura de asunto cristiano. En segundo lugar, claro que hay literatura cristiana: hay literatura hecha por cristianos, y hay una temática e incluso planteamientos teológicos cristianos, o una simbología cristiana, en obras literarias hechas por no cristianos; y, en este sentido y sin ir más allá, el pasado año, por ejemplo, se ha traducido entre nosotros Hogueras en la llanura de Shohei Ooka, que, por cierto, prologué yo mismo. En tercer lugar, naturalmente que ser cristiano, como no serlo, implica una mirada distinta sobre el mundo, y que eso se nota. Y así, por ejemplo, no hay que  andar haciendo muchas averiguaciones críticas, o plantearse los gratuitos problemas del señor Harold Bloom acerca de lo que puede significar que en Shakespeare no haya una explicitación de tipo religioso, o andar buscando la denominación religiosa de Shakespeare, que ciertamente nos lleva a la conclusión de que pertenecía a una familia de recusantes de la Reforma en Inglaterra; lo que es claro es que su ojo y su sentir son papistas, con sólo comprobar cuánto ama la belleza del mundo.

Por lo demás, decir que un escritor es católico o cristiano es un equívoco. Mauriac decía divertidamente: “No hay escritores católicos, ¡si lo sabré yo que soy uno de ellos!”, y, aun así, no faltó, en su caso como en el caso de Graham Greene, quien les negase la condición de católicos perfectamente ortodoxos, y no la de escritores, desde luego.

Otro asunto es que para Flannery O´Connor su oficio de escritora resultara ligado a su fe. Es un asunto personal, como Bernanos mismo tenía una cierta conciencia de vocación y misión cristianas.

Por lo demás, en la Europa de entreguerras y de después de la Segunda Guerra Mundial, el catolicismo tuvo una honorabilidad intelectual y cultural muy altas, pero en España nunca se dio esto, y ahora el adjetivo de cristiano o católico es sólo una estrella amarilla. Y en cuanto a lo de intelectual católico le diría que quizás ya hay demasiados de los otros –le Partí Intellectuel que decía Pèguy, como para añadir más.

P.- Ha citado a Du Gard para decir que “andar en literaturas” es “como entrar en religión” y que “lo demás es jugar a las canicas, que, aunque sean de marfil, canicas son”. ¿Cuáles son las exigencias de la vocación de “escribidor”?

J.J.L.- Lo que Martín du Gard decía con ese símil es simplemente que escribir es que el narrador debía desprenderse de su yo, y tener la humildad de quien entra en religión, porque, si no, lo más probable es que haya escritura-olimpismos pero no narración ni escritura literaria.

P.- Aunque suene a entrevista al uso: díganos algunos referentes inexcusables para estos tiempos de mediocridad intelectual y literaria.

J.J.L.- Tenemos unos varios miles de años de escritura detrás de nosotros, y Gadamer decía que bastaba con leer libros de hace dos mil años; aunque, por mi parte, yo rebajaría el plazo e incluiría también los libros de los amigos. Y, desde luego, sean como sean los tiempos, pienso que es bastante voluntarista tanto el pensar que el presente es una decadencia y mediocridad, y la plenitud estuvo en el pasado, como pensar que ésta está en el presente y en el futuro. Lo que ocurre es que en el único lugar en que podemos apoyarnos es el pasado, que nos ofrece los ojos de los muertos para ver mejor, como diría la madre de Pirandello en un maravilloso cuento. Y ahí, una historia bíblica, una lauda romana, un poemilla chino o japonés, un texto de cual otra clase, de hace miles de años, o de anteayer, pueden iluminarnos de por vida. Y hay donde escoger, desde luego. Cada cual se hace su familia espiritual, y por eso hay que conocer gente, y desde luego también fuera del círculo de los que se pregonan.

miércoles, 4 de marzo de 2020

Tuareg


El tuareg estaba gravemente herido y sediento, y sus pies plagados de callos y ampollas le impedían dar un paso más sin aullar de dolor. Su kaftán turquesa característico de su gente ahora estaba tan lleno de polvo y barro como su propia cara tostada por el sol. Se desplomó bajo un árbol de argán y esperó su muerte en aquellas montañas y precipicios áridos propios del Alto Atlas. Pensó en la voluptuosa mujer morena que jamás amaría y en el hijo que ya no tendría nunca. Pensó también en su mísera alma abandonada en la inmensidad vacía del desierto y en cómo el Profeta -que la Paz sea con Él- le maldecía con sorna desde aquel Paraíso que nunca alcanzaría. El nómada, extraño en una tierra extraña, cerró los ojos por última vez y esperó a que la gélida brisa de las noches marroquíes le matase. La cúpula celeste, como dándose cuenta del espectáculo que sucedía bajo ella, se transformó en una bellísima mortaja para el moribundo. Una franja perfectamente roja como el azafrán cubría ahora las cimas de las colinas rocosas del horizonte, seguida por un verde suave coronado por un negro cielo salpicado de estrellas.

Alberto González Jiménez
Estudiante de Bachillerato



miércoles, 19 de febrero de 2020

Habitaciones


Caigo en algo blando. Abro los ojos. Miro a mi alrededor. Estoy recostado sobre algo blando: hojas. Muchas hojas secas y partidas en cachos muy pequeños, minúsculos. Respiro y huelo un olor peculiar. Té. Eso son las hojas donde he caído, hojas de té. Me incorporo, haciendo que todas las hojas sobre las que estoy apoyado crujan en conjunto.

Cuando mis ojos se acostumbran a la oscuridad que me rodea, observo que estoy rodeado de cuatro paredes, sin puerta, que parecen infinitas en altura. El montón de té sobre el que he caído estaba en una esquina de la habitación. Delante de este hay varios mapas y una pizarra con una línea temporal de la historia de la humanidad. A parte, en otro rincón, hay un diccionario de latín y otro de griego. En una mesa hay una videoconsola, con muchos juegos. El suelo es duro, parece que está compuesto de baldosas de cuero. ¿Baldosas de cuero? Es la primera vez que las veo y no me son nada conocidas. Me acerco para comprobarlo, y descubro que cada baldosa tiene un título. La Ilíada, El burlador de Sevilla, la Odisea, Romeo y Julieta… En ese momento me doy cuenta de lo que son realmente: libros. Libros clásicos, sobre todo. Me acerco a las paredes y siguen siendo libros. Cada pared tiene una temática: policiacos, fantásticos, románticos e históricos. ¿De qué temática serán los del techo? Al hacerme esta pregunta, toda la habitación empieza a dar vueltas. Me mareo tanto que acabo inconsciente.

Me despierto en un lugar con mucha más luz. Este habitáculo es muy grande comparado con el otro. Hay dos hileras de bancos a mis lados, estoy en medio del pasillo central. El techo es alto pero visible: tiene una cúpula con una paloma pintada en el centro. Me baña un rayo de luz solar, del que me aparto rápidamente porque me molesta en los ojos. Detrás de los bancos hay columnas. Me fijo en las paredes, que, cómo no, tampoco tienen puerta, pero tienen cuadros de la Virgen María y Jesús. También una del Pilar. Huele a incienso. Para comprobar mis sospechas, voy al frente del edificio. En efecto, se trata de una iglesia, porque hay una gran cruz. Se encuentra donde se supone que debe estar el altar. En este momento estoy confuso, pero creo ver una persona colgada de ella. Sacudo un poco la cabeza y dirijo la mirada otra vez hacia la cruz. En efecto, Jesús está clavado en ella. De repente, se deshace del clavo de una mano y me la tiende, para que yo me agarre a ella. Lo hago sin el mínimo titubeo, al instante. Entonces me vuelvo a dormir.

Cuando recobro la conciencia, no me apetece abrir los ojos. Estoy cansado y no quiero ver más habitaciones. Pero el intenso olor a azufre y mi curiosidad me incitan a abrirlos. Mientras lo hago me pongo de pie. Esta ya no es ninguna habitación, es todo un mundo. No hay ni paredes ni techo. Estoy sobre una pequeña isla de piedra, sobre un río de lava. “Me he vuelto loco”, empiezo a decir. Cuando llevo un rato ahí subido, se acercan tres demonios. Cada uno lleva un cartel en el pecho. En uno pone pereza, en el otro impureza y en el último gula. Empiezan a pegarme, a arañarme. Después de un intento de defensa inútil, me tiran al suelo y se ríen de mí. Se alejan en la misma dirección en la que va el cauce de la lava. Poco después, a lo lejos, veo las dos habitaciones en las que he estado. Esos mismos demonios las están derribando y, cuando me ven, me lanzan pedazos de ellas. Me atormentan hasta que caigo por una pequeña catarata, donde me estampo duramente contra el suelo. Ahora entiendo todo. Me pongo a llorar como nunca lo había hecho. En ese momento comprendí el sueño: era yo. Estaba hecho polvo por dentro, no estoy dispuesto a levantarme, me siento demasiado débil y humillado. Vuelve Jesús, que antes me ha dormido. Me mira con cara de simpatía, perdón, y me extiende otra vez la mano para cogérsela. Pero yo soy incapaz de darle la mano. Ahora ya no.

Despierto en mi cama, mi madre me llama para ir a desayunar. Toda la almohada está mojada y noto que he estado llorando. No ha sido un sueño. Tengo que cambiar.

Alberto Nieto Zuya
Estudiante de Bachillerato



miércoles, 15 de enero de 2020

Triste felicidad


Bienvenidos al Reino del fuego, una tierra seca y ennegrecida en la que hace mucho calor. Su fauna consiste en animales carnívoros con aspectos horrendos y gigantescos que se alimentan de lava y carne. En cuanto a las plantas sólo hay un tipo y es el lignum ignis, comúnmente conocido como “árbol de fuego”, y se caracteriza por dar tres tipos de fruta. La primera, y más abundante, es una con forma esférica de color rojo que pica mucho; la segunda, y menos frecuente que la anterior, es una morada que es mortal a la hora de ingerirse; y la más difícil de encontrar y con mejor sabor, es la de color verde, que tiene forma de estrella y un sabor exquisito.

Este reino es gobernado por Calcifer, el rey más grande de todos los que ha tenido el Reino del fuego. Es un señor de presencia imponente. Por pelo tiene unas brillantes llamas azules. Su piel es blanca como la nieve, lo cual es muy extraño para su tierra, donde la gente suele ser de un tipo de piel más oscura. Sus ojos son del mismo azul que su pelo y su rostro siempre es sereno. En todo momento viste con un traje negro, con algún bordado rojo y lleva un bastón en el que hay un enorme rubí. En cuanto a su carácter, tiene muy poca paciencia y cuando se enfada incinera lo primero que alcanza. Está casado con Lucrecia, conocida popularmente como la “Emperatriz del fuego”. Es muy bella, pero es mala y tiene cierto punto de locura. Tienen una hija llamada Flamia, que es muy bondadosa y es espectacularmente hermosa. Mucha gente ha intentado pedir su mano pero Calcifer los acababa incinerando a todos, porque dice que no son lo bastante buenos para su hijita.

Calcifer siempre ha querido una cosa y es llorar, lo cual puede parecer un poco absurdo. Porque claro, cómo va a llorar el señor del fuego si la lava más caliente fluye por sus venas. He de decir que a él eso le daba igual, y para conseguirlo hizo un concurso en el que daba como premio la mitad del tesoro real a quien le hiciese llorar. Enseguida mucha gente se movilizó y empezó a participar. Nadie conseguía hacerle llorar y se empezó a hartar. Le habían representado todas las obras de teatro más tristes y le habían recitado las poesías más conmovedoras; la gente estaba ya tan desesperada que empezaron a contarle chistes para ver si lloraba de la risa. Hasta que llegaron esas tres personas… Eran unos extranjeros, parecían del Reino del agua, debido a sus elegantes gestos. A sus espaldas dos de ellos llevaban una especie de maletines negros y uno llevaba una cajita en la mano. Este subió primero al escenario seguido de los otros dos. Puso la cajita en el suelo, susurro un hechizo en voz baja y la cajita se transformó en un elegante piano de cola negro. Los del Reino del fuego estaban asombrados. Después los otros dos sacaron una flauta y un violín. Calcifer y el resto de espectadores estaban muy extrañados porque no habían visto nada igual en su vida y no sabían qué iba a pasar.

El hombre del piano anunció que iban a representar una composición llamada “Triste felicidad”. Toda la sala estaba expectante. El hombre del piano se sentó en un taburete que tenía detrás, hizo un gesto a sus dos acompañantes y comenzó.

De repente el piano hizo sonar unas agudas notas melancólicas con un ritmo pausado que profundizaban en el alma del oyente. Poco a poco las notas se iban volviendo más graves para dar paso a la aguda flauta, que le estaba quitando protagonismo. El sonido de la flauta intentando tapar al piano, te producía un sentimiento de impotencia, al ver que no podía contra el piano. Este pasó a tercer plano por culpa del sonido del violín que paulatinamente ganaba terreno con ese triste tono. Acto seguido el violín subió el volumen echando a la flauta y el piano intentó no dejarse ahogar por ese trágico sonido. El sonido del violín en ese momento era un llanto de tristeza acompañado por los pasos melancólicos del piano a los que se les unió la soledad de la flauta. Poco a poco la flauta dejó de sonar y el llanto del violín se apagó y de ese modo solo prevaleció la triste caminata del piano que iba profundizando en nosotros.

Al terminar no hubo aplauso alguno, solo se vio una lágrima caer por la mejilla de Calcifer.

Alejandro Caño Díaz
Estudiante de Bachillerato