domingo, 13 de abril de 2025

Nihil umquam est aeternum

La muerte me sirvió una copa de ron en su bar, después de entrar yo por la puerta de atrás.

—Has tardado en volver —le dije.

—Estaba “arreglando” una cosa fuera del bar —contestó riendo un poco.

El local estaba mugriento y descuidado. El polvo era lo que más abundaba allí.

—Hazme un favor y muérete ya por beber demasiado de esto —me dijo aburrida.

—Soy tu único cliente, no te haría un gran favor dejándote yo y mis veinte euros semanales despilfarrados en alcohol.

—No te cuesta nada beber un par de estos… —la muerte sacó un Jack Daniel’s de debajo de la barra—. Coge esa moto tuya que tienes y te juro que ni sentirás lo que sea que te pase. Pulsar el acelerador es muy divertido cuando sabes que te espera la gloria —dijo esto levantando las manos y señalando al cielo.

—Sí, sí… La gloria de que digan de mí en las noticias que un motero borracho se ha estampado contra un muro y ha dejado este mundo como un despojo.

Bebí tranquilo por unos cuantos minutos. Sentí, como es costumbre, ese buen ardor del whisky en estado puro, pero, como siempre, el sabor era semejante al del agua sucia de un río. No me quejo, sé que el alcohol tirado de precio tiene sus defectos.

—No te pido mucho, solo que te mueras de una manera creativa.

—Dios, no te callarías ni aunque te arrancara esa mandíbula milenaria.

La Muerte gruño. No hizo nada más. Le dejé el dinero de la copa en la barra y le di la espalda.

—¡Espera un momento! —la muerte saltó de la barra—. Ser barman es lo peor que me ha pasado, necesito volver a mi antiguo trabajo.

—Has sido tú quien ha abierto un bar en la calle de la Montera y no es mi culpa que este lugar huela a muerto.

La huesuda cogió una silla y puso su pie derecho en ella:

—¡Mentiras! ¡Falacias y Calumnias! No estoy aquí por mi voluntad —la Muerte volvió a señalar al cielo—. El jefe de arriba me ha despedido.

—¿Dios?

— No, si quieres Nostradamus.

—No estoy aquí para un sermón.

Al escucharme, el cadáver chasqueó los dedos, las puertas se cerraron. Para empeorar la ya penosa situación, el esqueleto subió su otra pierna a la silla, quizás pensando que así su autoridad, ahora enterrada, volvía a ella.

—Antaño yo me ocupaba de ir a por las almas más brutales y sobresalientes, “los mejores que lucharon contra los mejores”. ¿Sabes la cara de horror de Aquiles cuando se dio cuenta de que estaba muerto? ¿Sabes siquiera los insultos y reclamos que me dirigió Cayo Julio César al ver su cuerpo maltrecho y agujereado? ¿Acaso te imaginas las palabras de decepción que escuché de Aníbal cuando le recogí? ¡Maldita normalidad! Ahora sois blandos como un bloque de tofu. Antes de que me echaran, escuchaba lo mismo de todos. Daba igual la edad. Repetíais lo mismo: “no me quiero ir” o “todavía soy joven y tengo mucho por lo que vivir”. Pero lo más lamentable era que me explicaran cómo de aburridas habían sido sus vidas, que no habían viajado a Dios sabe dónde, o que no podían faltar al trabajo. Vida solo una, si tocaba yo a la puerta, fin, punto, nada más.

—¿Y esto a mí qué me importa? No te he preguntado y, si me muero, hasta me alegro. Voy con mi moto, bebo donde quiero y hago lo que me da la gana.

—Ya, ya… goza de romper el límite de velocidad cuando quieras, pero te aseguro que algún día me llamarán y me devolverán la guadaña, y en cuanto a esa osadía tuya… te aseguro que un día de estos apretarás los dientes al ver que te has muerto de la manera más tonta posible, de esa forma que solo salen en las películas del sábado, mi único entretenimiento en esta tierra.

—Sueña lo que quieras, te tengo que esperar de todos modos.

Las puertas se abrieron débilmente.

—¡Escúchame bien, borracho! A cada cerdo le llega su san Martín y el tuyo lo celebraré con una ronda gratis para todo el barrio.

Si estoy contando esto no es para burlarme de ese despojo llamado muerte. Si lo hago es para decir que cuando iba a montarme en la moto vi que, en efecto, habían cortado los frenos. Así que, si pilláis a un esqueleto por el centro de Madrid, partirle las costillas de mi parte.

Daniel Vargas Celis
Estudiante de Bachillerato