sábado, 9 de marzo de 2019

Un viernes lúgubre en la cafetería de la facultad


Son las dos y cuarto de la tarde de un viernes lúgubre y frío de diciembre. La profesora de Latín, también cansada y con la cabeza puesta en el fin de semana, da la sesión por terminada y abre la puerta de clase. Esta se abarrota. Algunos huyen ensimismados y con ansia al contemplar por la ventana el horizonte que se les plantea: la libertad, por fin dos días lejos de la universidad. Pero mis amigos y yo somos diferentes. La verdad es que nosotros preferimos celebrarlo. En la cafetería, bajo el murmullo general y el chocar de los platos y el griterío de los cocineros, las pintas de cerveza se elevan todas hacia arriba en perfecta armonía. ¿Y qué celebramos? Celebramos, cada uno en su interior, los lazos que nos unen. Discutimos acerca de la gramática universal de Chomsky, de la síntesis escolástica de Tomás de Aquino, del bálsamo del espíritu de Séneca en sus Cartas a Lucilio, de la sublime belleza del rapto de Proserpina de Bernini, del sentido casi espiritual que alcanza el Requiem de Mozart interpretado por los serafines y querubines al final del otoño de la vida, de la existencia de algún dios cuya mirada nos demuestre el amor que tiene por cada uno de nosotros. Y lo mejor es que ante esos mismos lazos, ante esos mismos vínculos, ante esas mismas preguntas, siempre planteamos diferentes respuestas. Intentamos unir el camino bifurcado que conduce a la verdad. Eso es amistad.

Ricardo Muñoz Ruiz-Dana
Estudiante de Historia y Filología Clásica



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