Sopla el viento Bóreas en un prado de la Costa de la Espada. Damakos Sangreardiente, un tiefling con la ropa casual de un caballero, camina por el bosque. Las ramas crujen bajo sus pies, aumentando la esencia del ambiente, y el sonido del aire se desliza entre las hojas y lleva el olor a roble hasta su nariz. Mientras atraviesa el bosque, se encuentra con el joven hechicero Aicarus Nightshade, que lucía una camiseta con estampas japonesas, éstos dos charlan sobre su pasado durante un rato. Momentos después, Numia Superpia, el alquimista con un ojo de demonio, un brazo de dracónido y una túnica con las runas એસી ડીસી (Ēsī ḍīsī), les sorprende y se une a ellos. Todos juntos caminan por el parcialmente visible camino del bosque hasta que llegan al poblado de los gnomos. Allí, un amigable grupo de pequeños seres con facciones humanoides les reciben con los brazos abiertos. Después de una rica cena al clásico estilo gnomo con cervezas enanas, estofados de verduras y pequeñísimas raciones de filetes de cerdo, todos los residentes del pueblo volvieron a sus casas y los aventureros quedaron a solas con el alcalde del pueblo, Ilipilim, el cual les dio las malas noticias. Todos ellos sabían que tanta amabilidad era rara, incluso viniendo de gnomos, que necesitaban ayuda con un dragón que les estaba robando todo su capital, y rogó a nuestro grupo de aventureros que les ayudaran a recuperarlo.
Damakos, Aicarus y Numia comienzan su viaje por el frondoso bosque con facilidad gracias a que, a pesar de que estaba lleno de piedras y raíces en la superficie, los gnomos les habían proporcionado un mapa para poder hallar la cueva en la que residía el dragón, de nombre Racsó. El camino era no era muy largo pero pronto se encontraron a tres kobolds, seres dracónidos que veneran a un dragón de su mismo color, y estos, al ver el brazo implantado de Numia, los atacaron.
-Espera, ¿cobre? -se escuchó comentar a Aicarus-. Pensé que serían rojos, por la información que nos han dado.
-¿Y qué más te da? Tenemos un trabajo, y no quiero estar toda la noche currando -respondió fríamente Numia-. Son flojos, así que con un hechizo de nivel bajo será suficiente para uno al menos.
Comenzó el combate y los kobolds tomaron la iniciativa. Los tres kobolds usaron sus dagas para atacar a Damakos, que, aunque no recibió daño alguno de dos de ellos, fue levemente herido por el tercero. Antes de que pudieran reaccionar, una piedra golpeó a Aicarus en la cabeza desde un cuarto kobold alado que no habían visto, causándole un gran daño. Él respondió lanzándole una descarga de fuego y lo bajó al suelo, muerto. Numia, por su parte, lanzó una poción ofensiva, envenenando a un kobold y derritiendo su piel. Damakos ejecutó a otro clavándole la daga. El único kobold que quedada salió huyendo.
Otra vez prosiguieron el viaje, algo más cansados pero en seguida encontraron un segundo grupo de kobolds, ahora más numeroso, de cinco, terrestres y alados, con los cuales lidiaron igual de rápido. Unos pocos trucos y algún otro espadazo fue más que suficiente para alzarse victoriosos. Después del combate, Damakos manifestó sus preocupaciones:
-No quiero molestar, pero, ¿no es un poco excesivo envenenar a aquel que sea impactado por tu poción y también derretir su piel?
-No veo a lo que te refieres con “excesivo”, llevo toda mi carrera alquímica usando pociones que muchos ineptos como tú llamarían “excesivas”, y sin embargo, no he tenido problemas -respondió cortante Numia.
-En serio, ¿ni siquiera problemas con las autoridades? Juraría haber visto tu cara en Neverwinter hace unos días: treinta piezas de oro por tu cabeza. Eso es bastante para no haber tenido problemas -puntualizó Aicarus.
-Calla, si no quieres tomarte una poción mientras duermes -finalizó Numia.
Ahora, con Aicarus más cansado y con Numia mostrando señales de molestia, llegaron a la boca de la cueva, alzada amenazantemente como si Racsó les engullera solo por entrar a su hogar. Cuando vieron a Racsó lo encontraron tranquilo, despierto y al acecho, pero no perturbado por la aparición de los tres extraños que ahora irrumpían en su morada. Entonces Numia sugirió atacar al dragón, y matarlo como les habían pedido, sin embargo, Aicarus se mostró contrariado por la apariencia de color cobre oxidado de su oponente. Pero Damakos, buscando honor y el bien, le propició una pequeña sacudida a Aicarus, que buscaba dinero para dárselo a su familia, dato que el primero conocía gracias a una confidencia previa. El ingenuo hechicero, ignorando sus estudios, atacó al dragón primero con una potente descarga de fuego, la cual despertó al dragón de cobre, ahora enfadado, que con una simple sacudida de sus alas les mandó a volar a una de las paredes de la cueva. Numia tomó uno de sus brebajes sanadores, dándole un pequeño bulto de carne en el brazo donde había impactado con la piedra. Damakos volvió rápidamente al combate arremetiendo sin duda alguna contra el dragón, dándole una estocada en su dura piel cobriza sin ningún tipo de efecto. En un último intento por derrotar al adversario que era claramente superior, realizaron un ataque combinado: Numia lanzó sus elixires, Aicarus lanzó todos sus hechizos en un intento desesperado de aportar a la lucha y Damakos lanzó la estocada más fuerte que jamás hubo hecho. Todos gritaron a la vez:
-¡Muere bestia! -vociferó Numia con la poca voz que le quedaba.
-No puedo morir aquí, ¡no sin redimirme! -juró Damakos.
-Esto es ¡por mi familia! -sentenció Aicarus.
Segundos después, el dragón tosió y nuestro grupo de héroes fue de nuevo mandado, ahora de manera más fuerte, a chocar con una de las paredes de la cueva, y aunque Numia fue a parar a unas estalagmitas y Aicarus fue encajado en una fisura que le acabó por ahogar, Damakos presenció al dragón caer al suelo dañado, recubierto por magia rosa, y a Ilipilim riéndose mientras otros gnomos se llevaban algo del tesoro.
-Bueno, dadme vuestras hojas de personaje -dijo alguien mientras retiraba unas figuras de una mesa-. Habéis sido traicionados por Ilipilim.
El descontento se notaba entre los otros del grupo, que le miraron con tristeza:
-¿Era necesario que nos muriéramos todos, verdad? ¿No nos dejas intentar matar al dragón?
-Adri, tío, eres un canalla.
Desde el confort de la pantalla de Dungeon Master les respondió:
-¿Acaso esperabais ganar a un dragón de cobre anciano siendo aventureros de nivel uno? Estáis todos locos. Bueno, ¿quién quiere ser el Master en la siguiente campaña?
Entre risas de aceptación, recogieron los útiles para jugar a “Dragones y mazmorras” y acordaron jugar la siguiente semana.
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